Page 34 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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estas tierras como obsequio a su primogénito, el Príncipe Azul. Y, debido a las

               circunstancias, es una verdadera pena que sea la guerra lo que las anexe al Reino
               de Muy Lejano.

               Los cuchicheos inundaron la sala. Un chambelán, a quien la violencia aterraba,

               se desmayó. Por un instante, los reyes dejaron de fingir su falsa felicidad, lo
               cual aprovechó Emisario para teatralizar aún más su discurso y, casi llorando,
               exclamó:


               —¡Una pena, una tragedia, un drama! Será horroroso ver cuando las tropas del
               Príncipe Encantador lleguen al reino y destruyan todo a su paso.

               —¿Y por qué harían algo así? —inquirió la reina, sin ocultar su molestia.


               —Porque, de no darse una unión pacífica entre ambos reinos, por ejemplo,
               mediante una boda, para Muy Lejano serán innecesarios los personajes
               olvidados que aquí habitan, pues en nuestro reino todo es perfecto, dado que

               estamos destinados, como buenos personajes del Mundo de los Cuentos de
               Hadas, a ser “felices para siempre”.

               —Aquí también lo somos —espetó la reina, a punto de ponerse de pie. Y, sin

               darse cuenta, hizo justo lo que el mensajero esperaba.

               —¿Ah, sí, su majestad? Entonces, ¿me podría explicar cómo es que puede haber
               un “felices para siempre” sin una bella princesa en el reino?


               Emisario había dado en el clavo, pues, aunque nadie se atreviera a decirlo, los
               rumores de que la felicidad y el amor entre los monarcas no eran del todo

               ciertos comenzaban a correr ante la ausencia de un heredero o una heredera.
               Era bien sabido que, en los cuentos de hadas, los reyes debían tener
               descendencia. Un grupo secreto de personajes, que frecuentaban las tabernas
               del reino, incluso aseguraba que el que ningún escritor los hubiera sacado del
               olvido se debía, precisamente, a que los reyes no habían procreado a un príncipe
               o una princesa de quien contar una historia. Y nada entristecía más a los
               habitantes del Reino de la Imaginación Olvidada que su condición de olvidados.
               Ni la belleza ni la valentía de sus monarcas podían evitarles tal sentimiento de
               vacío. Las cosas habían llegado al punto que algún alborotador decía que, si no
               había descendencia real, más valía pensar en la democracia; tal vez el sistema
               republicano les diera más suerte. Por fortuna para esta historia, tal idea no
               prosperó.
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