Page 35 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—Sucede que… —trató de argumentar la reina.
—¿Acaso no hay suficiente amor entre los reyes como para tener una hija?
—En realidad —intervino el rey—, ya estamos esperando un heredero.
La corte entera enmudeció, a Emisario se le escapó una gota de saliva y la reina
esbozó, por instinto, una sonrisa tan falsa como el brillo de su cabello, el cual,
por cierto, evitó que se le notara el desconcierto, pues el resplandor impedía
verla directamente a la cara.
—¡Oh, qué maravilla! —exclamó Emisario mientras se limpiaba la saliva de la
camisa—. ¿Y cuándo nacerá?
—Pronto —respondió el rey.
—¿Pronto? —preguntó Emisario con la vista fija, al igual que toda la corte, en el
esbelto vientre de la reina, quien se sonrojó.
—Sí, pronto —confirmó el rey.
—Entiendo entonces que usted, como el buen soberano que es, al velar por la
paz y el bienestar de sus súbditos, ¿concede la mano de su futura hija al Príncipe
Azul? —ante el titubeo del rey, Emisario continuó persuasivo—: Ya que de no
acceder todo sería más complicado. Además, estoy seguro de que a su corte, a su
reino y a sus súbditos les encantaría finalmente ser parte de una historia, una que
todos conozcan, y qué mejor manera que emparentarse con uno de los personajes
más célebres de nuestro mundo: el Príncipe Azul.
Ese argumento produjo un barullo generalizado que rompió, incluso, con el
asombro de la reciente noticia de que los reyes tendrían pronto un bebé.
Emisario era muy bueno persuadiendo a las masas y, satisfecho de haber
logrado su objetivo, se regocijó al contemplar el resultado.
Pero la reina, a quien el rubor ya la había abandonado, pudo articular entonces
las preguntas que llevaban buen rato revoloteándole en la cabeza. Las
pronunció cuando el ambiente fue óptimo para su intervención:
—Querido Emisario, ha sido usted muy claro en sus puntos y, por supuesto,
nosotros también clamamos por la paz entre los reinos. En este sentido, el