Page 45 - Un poco de dolor no daña a nadie
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corto y dio vuelta a la derecha. La casa medía unos 50 metros de profundidad
por 12 metros de ancho.
—Allí —dijo Rubén, señalando con el índice—. Déjenme ver cómo está.
Caminó hacia el cuarto del fondo. La luz se amedrentaba en esa parte de la casa
y apenas si permitía visualizar el escenario. En un gesto de caballerosidad,
Guille le cedió el paso a Rocío.
—¡Ay, no, me da miedo! ¡Mejor tú!
Echó a andar detrás de su anfitrión.
Rubén se detuvo frente a una puerta de madera con una ventanilla protegida con
barrotes delgados y una abertura casi al ras del piso que permitía el paso de
alimentos hacia el interior.
Con cautela, se asomó por la parte superior, tratando de atisbar en dónde se
encontraba. A través de aquella rendija emanaba un olor insoportable a heces
fecales, orina y carne en descomposición. Trató de disimular la repugnancia para
no espantar a sus invitados.
—Quasi. ¡Quasi!
Apenas si lo distinguía en la penumbra.
Una especie de gruñido le dio respuesta.
—¡Hola, Quasi! ¿Tienes hambre? Al rato te voy a traer comida. ¡Ven, ven,
acércate!
Sin embargo, lo que se encontraba adentro no se movió.
—¿Se llama Quasi? —inquirió la chica.
—No: Dago, pero yo le digo así, por Quasimodo.
Guille empujó un poco a Rocío, pero ella se resistió. También había escuchado el
sonido.
—Yo voy primero —aseguró.