Page 47 - Un poco de dolor no daña a nadie
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—¡Uf! Se quitó.


               Guille aprovechó el momento para abrazar a Rocío y acariciarle el cabello.


               —No me has dado lo que falta, Sergio —advirtió Rubén.


               —Si no lo veo bien, olvídate del resto —sentenció.


               —Asómate.


               —No se ve nada.


               Oyeron un maullido, proveniente de la cocina. Rocío y Guille voltearon.

               —Apúrense. Capaz que regresa la señora.


               Rubén echó un vistazo al reloj y aseguró:


               —No, todavía tenemos tiempo.


               Habían transcurrido más de veinte minutos desde que se aproximaron a la casa.
               Sergio no podía distinguir nada en aquella oscuridad, y aunque dirigió la luz del
               teléfono hacia varios puntos, no logró su propósito.


               —¡Cómo apesta! De seguro esta cosa no se ha bañado en años. ¿Sabes qué? No
               veo nada. Dile a tu pariente que saque la cabeza.


               —Cálmate, tú.


               El gato, grande y negro, se acercó y maulló de nuevo, como si quisiera hacerles
               una advertencia.


               —¿Dago? Dago, ¿quieres carne?


               La oscuridad pareció dar respuesta con un bufido. Sergio metió la mano entre los
               barrotes, buscándolo de nuevo con la lámpara del celular.


               —Perrito, perrito, ven, ven —dijo, burlándose.


               Algo lo miraba desde el interior. Se hizo un silencio durante tres o cuatro
               segundos; de pronto, sintió que le jalaron el brazo y casi se lo arrancan. Soltó el
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