Page 48 - Un poco de dolor no daña a nadie
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teléfono. Luchó contra la fuerza que arremetía contra él, pero era en vano: no
podía liberarse. El miedo recorrió sus huesos como una descarga eléctrica, hasta
que con ayuda de Rubén pudo zafarse. Quedó recargado en la pared, respirando
agitado, con el corazón queriéndosele escapar, mientras Rocío corría espantada
hacia la salida. Guille la siguió.
Sergio miró a Rubén y, tratando de recobrar el aplomo, exclamó:
—¡Mi teléfono! ¡Se quedó con mi teléfono!
Rubén levantó los hombros, apenado, y sonrió: —Ni modo.
—¿Estás loco? ¿Tú me lo vas a pagar?
—¿Yo por qué?
—Porque es tu pariente.
—¿Estás idiota, o qué? ¡Yo no te pago nada!
Sergio lo miró con resentimiento.
—Entonces métete y sácalo.
—Olvídalo: no me voy a meter ahí.
Sergio lo tomó de la camisa y, amenazándolo, lo puso contra la pared, al tiempo
que le decía:
—¿Crees que yo me trago el cuento de la Bestia? Si aquel par de babosos
quieren creer tus ridículas historias de terror, que se las crean, pero a mí no me
vas a tomar el pelo —señaló hacia el cuarto del fondo y sentenció—: Esa cosa es
el hijo de la vieja bruja. Y es algún escupitajo de la naturaleza, pero tan humano
como tú o yo. A mí no me da miedo. ¡Abre la puerta!
—Cálmate.
—¡Qué cálmate ni qué ocho cuartos! ¡Abre!
Y lo empujó hacia allá. Rubén se golpeó la cabeza y se la frotó con la mano
derecha. Su compañero estaba decidido a recuperar su teléfono y no le quedaba