Page 46 - Un poco de dolor no daña a nadie
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Se paró frente a la habitación y se asomó con recelo.
—¡No se ve ni papa!
—Está en el rincón, del lado izquierdo —afirmó Rubén.
Su amigo no podía verlo con claridad. Sacó el teléfono celular y encendió la
lámpara. Entonces apuntó hacia la pared. Se quedó boquiabierto al observar el
pésimo estado en que se encontraba: descarapelada, como si hubieran arrancado
la pintura con las uñas; en algunas partes habían trazado figuras de palitos.
Luego apuntó la luz en la dirección indicada. Iluminó el cuerpo desnudo de un
ser sucio, cubierto de grasa y con costras en rodillas, codos y dedos. Levantó el
haz de luz agresivamente hacia su rostro. El cabello, abundante y maltratado, le
cubría el cráneo deforme. Los ojos se enfocaban en puntos distintos; no había
equilibrio entre ellos, y el derecho amenazaba con salirse de su órbita en
cualquier momento. Guille retrocedió, asustado, cuando la criatura emitió otro
sonido gutural. Al hacerlo se le cayó el teléfono y se hizo trizas. Volvió la cabeza
hacia los otros y exclamó:
—¡Está de pelos!
Rubén sonrió y agregó:
—¿Qué les dije?
Rocío se apresuró a asomarse.
—No se ve nada. Usa esto —le sugirió Sergio, y le entregó su propio celular—.
Nada más no se te vaya a caer, porque sales cajeada.
Ella lo tomó y empezó a buscarlo entre aquella húmeda oscuridad.
—No hay nada. ¡Ay, no, me da miedo!
De repente, a menos de 10 centímetros de los barrotes, apareció el rostro del
cautivo, congestionado por la locura o la enfermedad. Rocío dio un salto hacia
atrás, soltando un grito. El sujeto esbozaba una sonrisa que mostraba sus dientes
desgastados y deformes y la carne viva de las encías sangrantes.
Sergio se acercó para verlo con claridad, pero desapareció entre las sombras.