Page 50 - Un poco de dolor no daña a nadie
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Se asomó al interior. En el suelo había un charco de sangre. Pero nadie se
encontraba ahí.
—¡Dago! —gritó.
Siguió la estela de sangre, que recorría el pasillo hacia el otro extremo. Echó a
correr, y al hacerlo casi se resbaló. Apoyó las arrugadas manos en la pared para
evitar la caída. El rastro se dirigía al baño.
Ahí lo encontró. Los encontró.
—¡Hijo!
Primero distinguió el cuerpo de un adolescente con el torso empapado en sangre,
con algunas entrañas en la superficie. Luego a Dago, desnudo, sucio, con las
mejillas manchadas de rojo, que sostenía en las manos una masa gelatinosa y se
la llevaba a la boca para darle otra mordida.