Page 21 - El sol de los venados
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AL ATARDECER, cuando el sol comienza a ponerse rojo, nuestra calle se llena
de niños. Unos juegan al fútbol, otros van y vienen con sus patines, otros juegan
al escondite. Y a veces hay peleas. La otra tarde, no sé por qué, María, una niña
que tiene seis hermanas, insultó a Tatá. Se armó la gorda. María y sus hermanas
empezaron a tirar piedras a Tatá, a Rodrigo y a Sergio, nuestro primo, que
respondieron de la misma manera. Tatá recibió una pedrada en plena frente y
cayó cuan larga es.
Yo, que lo miraba todo desde la ventana, me puse a llorar cuando la vi caer. La
abuela vino a ver lo que pasaba.
–¡Jesús, estos muchachos me van a matar a sustos! –exclamó mientras corría a la
calle a auxiliar a Tatá.
Mamá, con la cara lívida, salió tras ella. Entre las dos, y con la ayuda de Sergio y
Rodrigo, entraron a Tatá a la casa. La abuela le dio a oler un pañuelo empapado
de alcohol mientras mamá le limpiaba la herida. Tatá abrió los ojos y la abuela le
levantó la cabeza y le dio a beber un sorbo de agua de panela pues, según la
abuela, el agua de panela cura todos los males. En ésas apareció papá, y ahí sí
que fue el acabóse. Apenas vio la herida de Tatá, dijo que eso no podía curase así
como así y que había que llevar a Tatá al hospital.
–¡Eso les pasa por no estarse quietos! ¡Sólo quieren estar a toda hora en la calle!
–decía furioso, pero yo sabía que no estaba tan furioso, lo que tenía era un miedo
horrible de que a Tatá le pasara algo grave.
–¡Deje de quejarse y haga algo! – dijo la abuela.