Page 22 - El sol de los venados
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–¡Usted no se meta! –contestó papá.






               –¡Basta ya! –dijo mamá.






               La verdad es que papá y la abuela no se entienden mucho que digamos.





               Papá mandó a Sergio buscar un taxi y, cuando éste llegó, se fue con Tatá al
               hospital.






               Mamá se quedó mirándolos desde la ventana y, de pronto, se puso a llorar. Corrí
               hacia ella y la abracé con todas mis fuerzas. Todo, todo puedo soportarlo, pero
               no ver llorar a mamá. Afortunadamente, mamá no es llorona, porque si no, yo
               estaría frita. Mamá me acarició la cabeza y luego me dijo con su voz más dulce:






               –Vamos a la cocina, Jana.






               Y nos fuimos cogidas de la mano.






               Como una hora después, regresó papá con Tatá, que tenía un esparadrapo y unas
               vendas en la frente.






               –Le han dado tres puntos –dijo papá.
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