Page 26 - El sol de los venados
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Alicia volvió a sonreír. Me gustó su sonrisa y la mirada de sus ojos a través de
sus lentes de vidrio verde.
Hizo que me sentara mientras ella llevaba la bandeja a la cocina.
Si la abuela hubiera visto esa casa habría dicho: “Es una tacita de plata”. Todo
brillaba: el suelo, los muebles, las lámparas, hasta los libros. Había muchos
libros y algunos tenían los bordes de las hojas dorados. ¡Qué bonitos eran! Me
acerqué para verlos mejor. Había uno muy gordo, Los miserables de Víctor
Hugo, no se me olvida porque papá tiene un amigo que se llama Víctor Hugo y
pensé que tal vez era él quien lo había escrito. Cuando se lo conté a Ismael el
otro día, por poco me mata, me dijo que yo era bruta de remate, aunque después
me pidió excusas, dijo que yo era muy chiquita para saber quién era ese Víctor
Hugo del libro. Me explicó que era un señor que se había muerto hacía mucho
tiempo en otro país y que era un escritor muy famoso.
Yo creo que Ismael, cuando crezca, va a ser más famoso que ese Víctor Hugo.
Ismael tiene doce años y ya se ha leído una cantidad de libros; además, hace
inventos de verdad, sabe fabricar cometas y conoce todas las palabras del
diccionario.
–¿Te gustan los libros? –me preguntó una voz que no conocía.
Era otra de las hijas de don Samuel.
–Sí… –respondí azorada.