Page 29 - El sol de los venados
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Me fui a un rincón de la sala y me puse a leer. Al cabo de un largo rato, me
pareció que alguien me llamaba.
–¡Jana! Pero ¿eres sorda? ¡Jana!
Esa voz me pareció tan distante que seguí leyendo. Alicia era muy valiente.
Meterse en una conejera sin saber adónde iba a ir a parar. La abuela diría que
Alicia tenía “las enaguas bien puestas”.
–¡Jana!
Mi libro desapareció. Era Tatá que, amenazándome con el libro, me decía:
–Pero ¿es que no oyes? Hace horas que te estamos llamando para comer.
Obedecí sin decir ni “mu”, le arrebaté el libro y corrí a ponerlo bajo mi
almohada.
Al día siguiente, se lo mostré a Ismael; pero, más que el libro, le interesaba que
le contara cómo era la casa de don Samuel y si había tantos libros como la gente
decía.
–Hay vitrinas con libros por todas partes. Creo que hay más que en la biblioteca