Page 33 - El sol de los venados
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–Pero es que odio las matemáticas y, por más que pongo cuidado, los resultados

               siempre me salen mal.





               –No debes de poner todo el cuidado que dices.






               –Estás hablando como una profesora –le dije furiosa.






               Levantó los hombros y abrió el libro de geografía y se puso a copiar un mapa.
               Eso era otra cosa. Tatá sombrea un mapa y le queda precioso; en cambio, los
               míos parecen puercoespines todos erizados.





               Al día siguiente, la temible profesora de matemáticas me sacó al tablero. Me

               llamó por mi apellido. Odio que me llamen por mi apellido y odio que me
               saquen al tablero. La tiza me temblaba en la mano. Me dictó el problema más
               difícil que encontró en el libro. Miré a Tatá con angustia. Tenía tanto miedo que
               no pude hacer ni la mitad de las operaciones. La vi encima de mí. Me zarandeó y
               me empujó contra el tablero. Luego, me cogió de una oreja y, de un empellón,
               me sentó en mi silla mientras me decía que era una bruta.






               Empecé a llorar con desesperación.





               –¡Silencio! –gritó.






               Me tapé la boca. Ahora era Tatá la que me miraba con angustia. Toda la clase
               estaba en silencio. Yo sabía que todos los niños tenían miedo.
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