Page 30 - El sol de los venados
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del pueblo.






               –¿Cree que a mí también me prestarían?






               –No sé; a lo mejor, si yo les hablo de ti…






               –¿Lo harás, Jana?





               –Si prometes no volver a llamarme bruta.






               –Prometido, jurado –me dijo levantando la mano. Luego, miró el libro y me dijo
               que ya lo había leído.






               Estoy segura de que Ismael es de esos que nacen aprendidos. Cuando Dios lo
               fabricó, debió de meterle todos los libros del mundo en la cabeza.






               Nos quedamos sentados en la acera mirando el cielo, que poco a poco se ponía
               rojo, como si hubiera un incendio allá arriba. Sentí como si tuviese una música
               en el pecho. Era tan hermoso ese cielo… Ismael tenía los ojos brillantes como si
               fuera a llorar. No dije nada. Miré hacia mi casa y vi que mamá miraba el cielo a
               través de la ventana entreabierta. Mamá me había dicho una vez que los poetas
               llamaban a ese cielo “el sol de los venados”, pero ella no sabía por qué. Mamá
               sabe muchas cosas, aunque no conoce los porqués. Ella dice que a veces el
               porqué no importa.
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