Page 37 - El sol de los venados
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Cuando terminé con las galletas y la leche, fuimos a buscar otro libro. Apenas
llegué a casa, se lo mostré a mamá.
–¡Ay, mi niña! Pareces un ratoncito de biblioteca –dijo mamá mientras me
besaba.
Luego, tomó el libro y se sentó a hojearlo a mi lado.
–Corazón. Bonito título –dijo mientras se detenía en la imagen de un niño que
llevaba una camisa con el cuello rizado, como las de los poetas, según Ismael.
–Pero antes de ponerte a leer, Jana, tienes que planchar los pañales de José.
–No, mamá; siempre soy yo la que los plancha –dije a punto de llorar.
–No, señorita. Ayer los planchó Tatá, y anteayer, la abuela.
Qué remedio, tuve que ponerme a planchar. Lo hice con tanta rabia que quemé
un pañal. Lo escondí y, luego, lo tiré sin que nadie se diera cuenta.
Afuera empezó a tronar, cayó un rayo y mamá vino a desconectar la plancha.
Luego, comenzó a caer un aguacero de “padre y madre”, como dice la abuela, y
de pronto la casa se llenó de goteras. Mamá, la abuela y Tatá ponían vasijas por