Page 95 - El sol de los venados
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oro. A lo mejor es por eso por lo que las monedas en sus manos se vuelven

               siempre tan brillantes.





               Sólo cuando Monona cumplió dos meses, mamá aceptó salir a la calle. Se puso
               su vestido más bonito y papá la invitó al único restaurante que hay en nuestro
               pueblo, y luego se la llevó al cine.






               No me dio rabia que mamá saliera: la pobre llevaba tanto tiempo encerrada...
               Pero cuando al día siguiente papá dijo que mamá se iría para La Rochela a pasar
               dos semanas en casa de la tía Albita y que se llevaría a Nena, a José y a Monona,
               me puse furiosa. Papá y la abuela me regañaron.






               –Niña egoísta –me dijo la abuela.






               ¿Por qué nadie entendía que quince días sin mamá era demasiado?





               Nadie hizo caso de mi rabia y mamá se fue. La abuela se encargó de nosotros y

               nos mantuvo a raya todo el tiempo. Un día que Coqui y el Negro se pelearon, les
               pegó con su pantufla y, como ellos salieron corriendo, la abuela, que tenía a
               mano unas papas, se las lanzó con tal puntería que Coqui y el Negro tuvieron
               que rendirse. Como Tatá y yo no podíamos de la risa, la abuela nos amenazó
               también con sus papazos.






               La abuela parece tener una fuerza fuera de lo común, no sólo física, sino también
               de otra clase que yo no puedo definir.
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