Page 99 - El sol de los venados
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–¿Puedo ver tu libro? –me dijo Ismael. Se lo entregué.






               –A mí también me gustan los poemas –dijo hojeando el libro.






               Mamá lo invitó a tomar una taza de café. Ismael me contó que ya había leído
               muchos libros y que cuando fuera grande iba a ser escritor. A pesar de que no
               creía mucho lo que me dijo, sentí que Ismael y yo íbamos a ser amigos toda la
               vida. Era algo que yo veía con el corazón, algo así como lo que dice el zorro al
               principito.






               Cuando mamá regresó de La Rochela, la vida se me compuso, según la abuela.
               Creo que la vida se compuso para todos. Papá ya no tenía el ceño fruncido, la
               abuela estaba menos rezongona, Coqui y el Negro dejaron de pelear y Tatá
               estaba más sonriente.






               Mamá regresó fresca como una flor. Sin embargo, una semana después se
               enfermó. El médico le recetó muchas medicinas y le ordenó guardar cama. Tatá
               y yo tuvimos que ayudar mucho a la abuela, sobre todo cuidando a los pequeños.






               Papá parecía muy preocupado. Se escapaba a cada momento de su trabajo y
               venía a dar una miradita a mamá, la tomaba de las manos y le hablaba
               dulcemente.





               Yo no dejaba de comerme las uñas y, por primera vez, la abuela ni siquiera me
               regañaba. La abuela, la pobre, decía que ella no tenía cabeza sino para mamá.
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