Page 103 - El sol de los venados
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–¡Matasanos de los diablos! ¡Ni siquiera hay uno en el hospital! Pero ¿por qué
               vive la gente en estos condenados pueblos? –exclamó la abuela en el colmo de la
               furia.






               Mamá se agitó. La abuela corrió a su cabecera. Súbitamente, mamá se retorció
               de manera horrible. Tatá y yo gritamos espantadas. La señorita Elvira se acercó
               para ayudar a la abuela a calmar a mamá.






               –¡Mi hija se me muere! –decía la abuela llorando.






               Mamá se quedó quieta de pronto.





               –¡Voy a sacar un médico de donde sea, doña Flora! –dijo la señorita Elvira
               mientras se iba corriendo.






               El motor de su carro arrancó con un rugido desesperado, como si comprendiera
               lo que pasaba.






               La abuela friccionó la cabeza de mamá, que había caído en una especie de sopor.






               –A la cama, niñas –nos dijo la abuela.






               –No, abuelita, no –le suplicamos llorando.
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