Page 105 - El sol de los venados
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Volví a mirar a mamá. De pronto, comencé a flotar. Quería llorar y no podía, me
               parecía que mi cuerpo era hueco, que no tenía ni corazón ni cerebro, porque no
               podía pensar ni sentir. El suelo bajo mis pies había dejado de existir. Todo mi

               alrededor lo llenaba el rostro inmóvil y azulado de mamá. La abuela, Tatá, la
               señorita Elvira, doña Marta y Alicia eran un sueño, figuras borrosas que lloraban
               y rezaban.





               Alicia me abrazó. ¿Cómo hizo para agarrarme en el aire? Yo no quería que nadie
               me tocara, que nadie me hablara. La casa se fue llenando de gente. Todos me

               parecían fantasmas. ¿Por qué venían a perturbar el sueño de mamá? No sé cómo,
               me encontré en el sillón de papá. Me acosté allí y el sillón también se puso a
               flotar. Me quedé dormida.





               Cuando me desperté, era de día. La casa estaba llena de murmullos. Alguien dijo
               que Pacheco y don Cristóbal se habían ido en busca de papá.






               –Qué tragedia... –dijo una voz de mujer.






               –El pobre hombre se queda viudo tan joven, y con tantos niños –dijo otra voz.






               –Jana... –era la voz de Ismael.





               Lo miré y lo vi muy lejos, como a través de una bruma.






               –Jana... –repitió.
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