Page 104 - El sol de los venados
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La abuela no dijo nada. Nos estrechó contra ella mientras las lágrimas rodaban
por sus mejillas.
La señorita Elvira tardaba en llegar. Me quedé dormida en la sala, en el sillón de
papá. Soñé que alguien lloraba. Me desperté y me di cuenta de que, en realidad,
alguien lloraba. Era Tatá. Me precipité al cuarto de mamá. Miré su rostro. Estaba
azulado.
–Mamá está muerta, Jana –me dijo Tatá.
Miré a la abuela, que tenía una de las manos de mamá entre las suyas y la miraba
con una mirada que yo no le conocía. Me pareció que de pronto la abuela había
perdido toda su fuerza, creí que estaba frente a otra persona. Volví a mirar el
rostro de mamá. A pesar del color azulado, era el mismo rostro dulce y terso de
siempre.
–No, Tatá, mamá está dormida –dije.
–No, Jana, ¡está muerta! –dijo llorando a gritos.
–Cálmate, Tatá –dijo la señorita Elvira tomando a mi hermana entre sus brazos.
Me di cuenta entonces de que en el vano de la otra puerta estaban Alicia y doña
Marta, nuestra vecina.