Page 107 - El sol de los venados
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“Papá... ¿Qué va a pensar papá del rostro azulado de mi mamá?”, me pregunté
               en silencio. Miré la ropa. Era toda negra. Me pareció fea. ¿Quién me la habría
               comprado?






               Cuando llegamos a casa, vi a papá sentado en una silla con el rostro escondido
               entre las manos. Tatá, Coqui y el Negro estaban a su lado. La mamá de Ismael
               me empujó hacia él. Papá también era un fantasma. De pronto, alzó la mirada.






               –¡Jana! –exclamó mientras me abrazaba.






               Entonces mi cuerpo cayó a la tierra con violencia, dejó de flotar, dejó de ser
               hueco, recobró el cerebro y el corazón. Empecé a llorar desesperadamente.
               Deseé que pasaran pronto los años para no sentir ese dolor terrible que me
               ahogaba.






               Papá me alzó como cuando yo era muy pequeña y me llevó a la sala. Allí en la
               mitad, rodeado de cirios y de flores, estaba el ataúd.





               –¿Qué vamos a hacer, papito? –le pregunté temblando.






               –No sé, Jana, no sé –me respondió con voz ronca.






               Papá me puso de nuevo en el suelo. Vi a la abuelita sentada en un extremo de la
               sala, hundida en el sillón de papá. Me pareció muy vieja. Fui a sentarme a su
               lado y la abracé.
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