Page 102 - El sol de los venados
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–¿Mamá se va a morir? –preguntó el Negro sin parar de jugar con la cuchara.






               –¡Cállate, estúpido! –le gritó Tatá.






               El Negro se puso a llorar y la pobre Tatá, condolida por haberlo tratado mal,
               intentó calmarlo.






               En ésas volvió la abuela. Estaba empapada, pues en su prisa ni siquiera se había
               llevado un paraguas.





               Mamá se había adormilado. La abuela nos ayudó a meter a los pequeños en la
               cama. Luego, Tatá y yo nos sentamos a su lado, cerca de mamá. La abuela iba

               cada cinco minutos a la ventana a ver si veía llegar a la señorita Elvira. La lluvia
               no paraba, y el tac–tac de las goteras que mojaban el piso de nuestra casa se oía a
               pesar del ruido del aguacero.





               –Qué desgracia no tener teléfono –dijo la abuela.






               Por fin llegó la señorita Elvira, pero sin el médico. No había encontrado
               ninguno.






               –¿Y en el hospital, señorita Elvira? –le preguntó la abuela con desesperación.






               –Tampoco, doña Flora –dijo la pobre mujer angustiada.
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