Page 98 - El sol de los venados
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En ausencia de mamá, leí dos libros que Alicia me prestó. Uno de ellos era muy
corto y lo leí como tres veces. Se llama El Principito, y lo que más me gustó fue
el capítulo del zorro. Gracias a él comprendí lo que significa domesticar. Es
conocer y amar. Me acordé entonces de cómo Ismael y yo nos hicimos amigos.
Una vez él pasó frente a nuestra casa y sonrió a mamá, que estaba asomada a la
ventana.
–¿Quién es? –le pregunté.
–El hijo del señor Mejía.
Días después, tropecé con Ismael en la tienda de don Cristóbal. Ismael me sonrió
igual que a mamá.
No dije nada. Hice la compra que la abuela me había encargado y salí corriendo.
Hablamos por primera vez un día que mamá y yo nos sentamos a la puerta de
casa. Mientras ella remendaba las camisas de Coqui y el Negro, yo le leía los
poemas de mi libro de español. Estaba tan embebida en la lectura, que no me di
cuenta de que habían llegado otras personas.
–Pero ¡qué bien lees! –me dijo una voz desconocida.
Levanté la vista y vi a Ismael y a su mamá. Me puse roja como un tomate. Mamá
sonreía con orgullo.