Page 108 - El sol de los venados
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–Jana, querida, pareces más chiquita con ese vestido negro –dijo mientras me
               besaba.






               Me acordé entonces de la lechuza.






               –¿Era una muerte lo que anunciaba la lechuza, abuelita? –le pregunté.





               –Sí, Jana. Ya se fue, vino a llevarse a mi niña –dijo con ojos brillantes de rabia.






               Allí, sentada al lado de la abuela, empecé a mirar a la gente que había en casa.
               Pacheco hablaba en voz baja con papá. Alicia y doña Marta repartían tazas de
               café. La señorita Elvira se ocupaba de mis hermanos. Vi a don Samuel, muy
               tieso, conversando con la mamá de Ismael. Algo hizo poner a la abuela de pie.
               En la ventana estaba la mamá de “los tiznados”. La abuelita fue a su encuentro.

               Se abrazaron en la calle, y la mujer le entregó unas flores. La mamá de “los
               tiznados” nunca había hablado con mamá, pero ella no había olvidado que la
               abuela era la única persona de nuestra calle que la saludaba. Sabía seguramente
               que la abuela se sentía ahora más sola que ella.






               A mediodía llegaron la tía Albita y la tía Dora. Nos abrazaron a todos en
               silencio.





               Fue mucha gente al entierro de mamá. En la iglesia recordé al papá de Ismael y
               pensé que yo debía de tener la misma cara que tenía Ismael el día del entierro de
               su papá.
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