Page 111 - El sol de los venados
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A través de mis ojos llenos de lágrimas, vi el cielo. El incendio comenzaba. Las
nubes ya estaban amarillas y, a medida que el sol se escondía, el cielo se teñía de
naranja. Miré la ventana de casa. No, mamá no estaba. Sentí una rabia inmensa.
Alcé la vista de nuevo. El sol de los venados dominaba nuestro pueblo. El cielo
era de fuego, de trigo, de oro, de ámbar. Me pareció que esa luz dorada tenía una
música que poco a poco lo calmaba todo. Sentí la presencia de mamá y su voz
resonó en mi corazón: “Es el sol de los venados, Jana”.
–¿Por qué sonríes, Jana? –me preguntó Ismael.
–Es el sol de mamá...
Ismael apretó mi mano y me dijo:
–Es el sol de tu mamá, pero también es tu mamá.
Lo miré intrigada.
–El otro día, mamá me dijo que papá estaba en mí, en ella, en la casa, en todos
los objetos que había amado, en las cosas que me había enseñado, en las plantas
que había sembrado... Papá está en todo lo que me lo recuerda –dijo Ismael con
voz temblorosa.
Al entrar más tarde en casa, la vi, por primera vez desde la partida de mamá, un
poco diferente. Era verdad lo que decía Ismael. Mamá estaba por todas partes.