Page 109 - El sol de los venados
P. 109
Los días pasaron lentamente. Durante una semana no fuimos a la escuela. La tía
Albita, que va a quedarse una temporada con nosotros, nos mima todo el tiempo.
Parecemos unos pollos detrás de la gallina, pues no la dejamos ni a sol ni a
sombra. La abuela nos regaña menos, la pobrecita parece de repente tan vieja y
tan cansada que ni alientos le quedan para darnos coscorrones.
Papá no habla. Al volver del trabajo, nos besa y se tira en la cama y se queda allí
inmóvil mirando el techo sin parpadear. La tía Albita se sienta a su lado y le
habla en voz baja, y poco a poco papá reacciona.
La ausencia de mamá es una presencia que invade nuestra casa. Monona ya
empieza a hablar y repite sin cesar “ma, ma”, y José llora porque mamá no llega,
y Tatá y yo lloramos cuando los oímos. Coqui y el Negro se pelean todo el
tiempo y Nena juega ahí, solita y callada.
La mamá de Ismael nos manda a menudo tortas o dulces de frutas. Alicia vino
una noche a decir a papá que, si necesitaba algún tipo de ayuda, no dudara en
decírselo. La señorita Elvira viene al caer la tarde a hablar con papá, la abuela o
la tía Albita y, cuando se va, dice a papá:
–¿Puedo llevarme a los muchachos para que miren un poco la televisión?
Yo casi no voy. Ya nada me gusta. Ni la televisión, ni los juegos, ni siquiera los
libros. Mamá ocupa toda mi cabeza y mi corazón. La veo en el tablero cuando la
maestra escribe los poemas o las frases que debemos estudiar, la veo en las hojas
de los cuadernos, en las señoras que van por la calle, en los sueños. Hablo a
Ismael de ella todo el tiempo.