Page 83 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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No pude dormir en toda la noche. Al amanecer fui hasta el espejo y observé las
oscuras ojeras que me dejó aquella desvelada. Mi papá ya andaba levantado y lo
llamé para que leyera la amenaza. Me acompañó, pero solamente para mirar el
cristal limpio. El sol había evaporado aquellas palabras escritas en la humedad.
—Sí, se ve bonito el sol desde aquí —comentó.
—Es que aquí había unas palabras en chino. Te las debí enseñar en la noche,
antes de que se borraran. Era una amenaza.
—Está bien. Para la otra que te vuelvan a amenazar me avisas pero con tiempo
—y se bajó a la tienda.
Fui a asomarme al jardín y al pasar frente a la jaula del perico sentí que algo
faltaba. ¡La jaula estaba vacía! Presentí lo peor.
—¡Pajayeyo!, ¡Pajayeyo!
Lo encontré en el fondo de la pila de agua, muerto. Aquello no parecía un
accidente. Algunas plumas estaban por acá y otras por allá. Sospeché que la
mano amarilla lo había maltratado para hacerme otra advertencia. Me dio a la
vez coraje y tristeza. Miré hacia el jardín. El viento mecía las hojas y las flores
estaban más bonitas que de costumbre.
La plática del día fue que no cuidábamos lo suficiente a las mascotas. Mi mamá
nos regañó a todos. Se puso triste y hasta lloró cuando recordó que aquel perico
se lo había regalado su mamá Güeya cuando vivía en Acaponeta. Sin embargo,
nadie estaba más preocupado que yo.
—¡Ah, por cierto! Chayo, anda un ratón en ese cuarto. En la mañana lo vi
saltando en la ventana. Quiero que le pongas una trampa.
—Como usted diga, doña Chole.
—Creo que no es un ratón —dije.
—¿Y qué ha de ser? —preguntó Chayo.
—Una mano —contesté.