Page 88 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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—Son del chino.
—¿El chino?
—Sí, el chino que cuenta monedas por el rumbo del aljibe que está en el
almacén. Alguien las tomó de la caja donde quedó escondida su mano cortada. Y
la mano se enojó.
Papá miró a mamá con un gesto de reproche.
—Te digo, mujer, que ya no le cuentes tus historias de ánimas y muertos.
—¡Ay, Martín!, pero si te he dicho varias veces que este niño siempre le pone de
más. ¡Tiene tanta imaginación!
—Ojalá solo fuera mi imaginación. Si no recupera sus monedas creo que tarde o
temprano acabará apretándome el cuello. ¡Gulp! —dije.
—Oye, esa es una buena historia, hasta deberías escribirla. A tu maestra de
Español le va a gustar —comentó mi papá.
—Lo que pasa es que necesitas en qué ocupar tu tiempo. Sube al tapanco y
bájame tres maniquíes de niño.
—¿Al tapanco?
—Sí, y no te tardes, que me urge arreglar el aparador de niños —sostuvo mamá,
sin importarle el peligro que yo corría.
Un maniquí de sonrisa triste
Era sábado, y como no tenía que ir a la escuela me encerré en el cuarto para
tramar un plan. Si no la detenía, la mano amarilla acabaría con los pollos, los
pájaros y todas las mascotas de casa. Y luego seguiría conmigo. La saliva me
supo amarga. Pensé que si le daba mis ahorros se calmaría al fin. Sin que se
diera cuenta mamá, rompí el cochinito, que más bien estaba medio vacío porque
nunca me sobraba dinero del que me daban para gastar. Hice cuentas: ocho
monedas de diez, catorce de cinco y muchísimos pesos y tostones. Creí que