Page 85 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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—Yo no fui —contesté.
—Menos yo —agregó Nacho.
—Pues no sé quién de los dos habrá sido, pero ahorita mismo se van a poner a
acomodar la ropa. ¡Faltaba más! —ordenó mamá con su manera tan directa de
pedir las cosas.
Como el cuello tierno de un pollo
Llegó la noche. ¡Oh, maldita sea! Nacho se quedó a dormir en la casa de unos
primos. Me vi obligado a tomar medidas de emergencia. Chimino dormía al pie
de la puerta. Noté que a unos pasos del lugar donde descansaba había vomitado:
entre aquella sustancia pegajosa se alcanzaban a distinguir una cola de ratón,
unos pelos y una larga uña verdosa. ¿Una uña? ¡Una uña de la mano amarilla!
De seguro Chimino había peleado con ella y logró arrancársela. No había ya
duda: cada vez se acercaba más a mí.
Rápido entré al cuarto y cerré con doble llave. Coloqué alrededor de la cama
más de quince trampas para atrapar ratones. Puse el bat de beis y un exprimidor
de limones en la cabecera para aplastarle los dedos en caso de que se me
acercara. No quería sorpresas a medianoche.
Traté de leer historietas del conejo Bugs y de la Pequeña Lulú para olvidarme un
poco del problema. Fue en vano. Pasaron una, dos, tres horas, y no podía dormir.
Estaba tan nervioso que hasta extrañaba a Nacho. El cansancio finalmente me
ganó y mis párpados se cerraron. De nuevo me desperté en la madrugada por
unos golpes en el cristal de la ventana. Otra vez estaba escrito un mensaje
macabro sobre la superficie ahumada: “Dame dinelo o tu pollo”.