Page 81 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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sobre las cajas de calcetines y tobilleras. Volteé y apunté con la luz hacia el lugar
de donde venía aquel sonido. Una descarga eléctrica me estremeció. ¡Allí estaba
la mano amarilla, corriendo detrás de mí! A toda velocidad corrí hacia la puerta.
La mano saltaba entre las cajas y estaba a punto de darme alcance. El pánico me
hizo correr como un relámpago. Apenas pude salir del almacén y cerrar la puerta
cuando logré oír que la mano se golpeaba contra ella, mientras yo me ponía a
salvo.
Al poner el seguro percibí que unos nudillos daban suaves golpecitos en la
madera. No me detuve hasta que llegué a mi habitación. Chimino, el gato,
descansaba a un lado de la entrada. El sudor mojaba mi rostro. Apagué la
lámpara y me metí en la cama. El reloj marcaba las doce y media. Traté de
dormir pero durante mucho tiempo no pude. Los nervios no me dejaban. Quise
planear algo para deshacerme de la mano amarilla pero nada se me ocurría.
Pensé contarle a papá pero supuse que no me creería. Al fin, el sueño me ganó y
cerré los ojos.
Nacho
Unas sacudidas me despertaron. Nacho, mi hermano, me movía tratando de que
me levantara de la cama.
—¡Levántate!, ya casi son las ocho. ¡Ándale!, para que vayas por las tortillas.
Me quité las lagañas. Bostecé. En cuanto cobré conciencia le dije:
—Ve tú, menso, yo fui ayer.
—Pues si no me dejaste dormir. Hasta echabas espuma por la boca de tanto que
hablabas.
Quise platicarle lo de la mano del chino pero no me animé. Lo tomaría como una
broma o acabaría burlándose. Me cambié deprisa. Antes de ir a la escuela le eché
un vistazo a la puerta del almacén. Estaba abierta. Me asomé con cuidado. Mi
papá surtía un pedido con toda tranquilidad. Pensé que la mano ya no estaría ahí.
Quise decirle que no se quedara solo pero no lo hice. No tenía caso. Nacho gritó:
—¡Ya vámonos! —y nos fuimos a la escuela.