Page 78 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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culpa le cayó encima y para castigarse tomó un machete que tenía para desyerbar
el jardín. Con la cara llena de lágrimas se cortó de un tajo la mano derecha, y un
borbotón de sangre saltó desde su brazo. La mano cayó al suelo. El chino salió
de su tienda trastabillando y se perdió entre los callejones de la ciudad.
—¿Y luego qué pasó, papá?
Le arrojó otro pedazo de carne a Boris. Chimino solo lo miraba.
—Al siguiente día, entre los botes de basura del mercado, rodeado por algunas
ratas que le devoraban las orejas y los labios, encontraron al chino muerto. Se
había desangrado.
—¿Y la mano? —pregunté.
Mi papá masticó el último bocado y dijo:
—Nunca la hallaron. Fue muy extraño pero desapareció.
—¿Estás seguro?
—Seguro, seguro, no estoy. No estuve ahí. Solo te digo lo que me contaron.
Podría ser un cuento chino. ¿Te acuerdas de tu abuelita Virginia?
—Sí.
—Ella siempre me decía, en voz baja, que oía en el fondo del almacén un ruido
de monedas, como si alguien las estuviera contando. ¡Y eso que nunca se enteró
de lo del chino!
Sentí escalofríos.
La mano fugitiva
Mi mamá entró en la cocina. Solté a Chimino por debajo de la mesa. Su mirada
echaba lumbre. Evitando hacer un escándalo delante de papá, me advirtió con
voz suave pero amenazante:
—Tú y yo tenemos algo pendiente. No se les puede pedir un favor porque nunca