Page 74 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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Con sigilo fue hasta la puerta y miró la siniestra sombra, respiró hondo y giró la
               manija de la puerta. Un segundo después tenía frente a él al vengativo mago, que
               de seguro le haría pagar muy caro su fechoría.


               El viento entró violentamente. La lluvia arreció y golpeó el rostro de Memo con
               dureza. Pronto su ropa empezó a empaparse. Levantó la cabeza y vio la enorme
               sombra acercarse hacia él. Llevaba puesto un impermeable amplio, como una

               capa oscura y tétrica. En la mano izquierda cargaba una maleta negra.

               Memo estiró los brazos para entregarle el pedazo de vara y el sombrero. El
               dueño de la sombra soltó la maleta, que cayó sobre el mojado piso. Abrió los

               brazos y, con voz extrañamente cariñosa, le dijo:

               —¡Ven! ¡Ven conmigo, Memo!


               Sorprendido, el niño abrió los ojos tratando de descubrir los rasgos del mago en
               medio de aquella oscuridad. Parpadeó repetidas veces para tener mayor agudeza
               visual.


               —No tengas miedo, Memo. ¿Acaso no me recuerdas? —dijo la voz.


               El niño pareció reconocerla. Dio unos pasos adelante, estiró los brazos y dejó
               caer el sombrero y la varita al mojado suelo.


               Con las manos bajó la capucha del impermeable: un relámpago oportuno
               iluminó aquella cara en medio de la noche y reveló la verdadera identidad de
               aquella sombra.


               Emocionado, casi hasta las lágrimas, Memo pronunció la palabra más entrañable
               y deseada desde hacía muchos años:


               —¡Papá! ¡Te extrañé tanto, papá!
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