Page 76 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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números y de su boca salieron palabras que parecían de lumbre:
—Me vas a traer esa caja con las libretas porque me la vas a traer. Y no te vas a
ir hasta que lo hagas.
Cabizbajo regresé por segunda vez al almacén. ¡Estaba muerto! Cuando ella se
ponía así, todo estaba perdido. No me quedó otra más que buscar y buscar como
loco hasta encontrar la maldita caja. Durante media hora más me esmeré en esa
tarea, hasta que en los últimos anaqueles la encontré.
—¡Uff, ya era hora! —dije en voz alta.
Observé que tenía escritos unos signos chinos y que se estaba reforzada con
cinta adhesiva. Tomé un alfiler y la rompí. Me pareció extraño que tuviera tanto
polvo. Pero sí, era la caja, tenía la marca de zapatos tan conocida: Serafino, “el
zapatofino”.
De rodillas, quité la tapa, y enseguida un olor repugnante me entró en la nariz y
la irritó. Me hice a un lado para tomar un poco de aire. Esperé unos segundos,
me tapé la nariz con la mano izquierda y me acerqué. En el interior había un
pañuelo negro que cubría algo. Con cuidado lo levanté y casi saltaron mis ojos
cuando miré una mano amarilla disecada con largas uñas verdosas entre dos o
tres monedas brillantes que la acompañaban. Di un salto y no pude evitar un
grito, que sofoqué llevándome la mano derecha a la boca.
Salí corriendo de la bodega, no sin antes apagar la luz. Mi mamá dijo algo pero
yo estaba tan asustado que no le hice caso. Subí por la escalera de caracol al
segundo piso y llegué a la cocina, donde mi papá asaba carne y calentaba
tortillas. Mi gato Chimino esperaba que le arrojaran algún bocadillo mientras se
frotaba contra las piernas de papá. Lo tomé entre las manos y empecé a
acicalarlo.
—¿Quieres cenar? —me preguntó papá.
—No, no, no tengo hambre —contesté nervioso.
—¡Qué raro! —opinó.
Tomé asiento. Esperé a que se sentara para preguntarle si sabía algo acerca de
aquella mano abandonada. Le dio una mordida a su taco. Pensé que era el