Page 80 - La venganza de la mano amarilla y otras historias pesadillescas
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conejo. ¿Ahí lo tienes?


               —No, ha de estar en el jardín.


               —Bueno —dijo, y se retiró.


               Me tiré de espaldas sobre el colchón. No quise apagar la luz. Mientras miraba el
               techo me puse a pensar si aquella mano era la misma del chino, y también que
               debí cerrar la caja de nuevo o, si no, alguna de las empleadas se pegaría el susto
               de su vida si la hallaba al día siguiente. ¡Tenía que bajar al almacén a encerrar la
               mano amarilla!


               Esperé a que mis papás entraran en su recámara y a que Chayo terminara de
               lavar los trastes y se retirara a su habitación. El reloj ya daba las once de la
               noche. La casa entera estaba casi a oscuras. Solamente un foco se mantenía
               iluminando el pasillo largo. Saqué una lámpara de pilas y bajé por la escalera.
               Llevaba puesta una piyama de franela y calzaba unas sandalias. Realmente

               nunca me ha gustado la oscuridad. Uno puede pisar una cáscara de plátano o
               pisarle la pata a un perro si no se fija.

               La planta baja de aquella casa tan grande estaba ocupada por la tienda de ropa El

               Competidor, más tres bodegas y un tapanco. La bodega más grande era aquella
               donde hice el macabro hallazgo. La lámpara de pilas emitía una luz débil, casi
               cobarde. Al moverla y dirigir su haz de luz hacia el frente, la oscuridad parecía
               retroceder. Llegué hasta el almacén y presioné el apagador. El almacén tiene dos
               pasillos laterales que se comunican entre sí en el fondo. Por uno de ellos, casi al
               final, dejé la caja abierta. De nuevo sentí miedo pero traté de no pensar en ello.


               Caminé. Me detuve frente a la caja de zapatos. La moví con el pie. Miré hacia su
               interior. Mis ojos casi saltan al darme cuenta de que la mano había desaparecido.
               Tampoco las monedas ni el pañuelo negro estaban ahí. Miré alrededor. Ni rastro
               de ella. ¿Quién pudo haberla tomado? La luz de los focos en ese momento se
               apagó.


               —¿Quién anda ahí? —pregunté. Nadie contestó. Un pensamiento cruzó mi
               cabeza: ¿y si la mano escapó? Tal vez cobró vida y huyó. ¡Chin! Me puse alerta.
               Decidí salir del almacén como de rayo.


               En ese momento oí un ruido. Pensé que era algún ratón. Quise creer que era un
               ratón y caminé hacia la salida. Escuché un tronido de dedos y después golpecitos
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