Page 111 - El disco del tiempo
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Dédalo, intacto en su arquilla, quedaba oculto bajo los escombros en el palacio

               de Festos.





               —¿Qué te sucede? —Philippe tomó a Nuria de los hombros. La joven estaba
               acuclillada en un rincón del recinto donde hacía tantos siglos un sismo había
               dado por concluido el ritual sangriento del sacrificio humano.


               Marco, algo alejado, tomaba unas fotografías de la vista de Herakleion desde
               Anemospilia.


               Philippe había querido recorrer centímetro a centímetro el lugar. Embeberse de
               su arquitectura, respirar el aire, mirar al horizonte y sentir la presencia del monte
               sagrado y la cercanía del mar, que en esas horas de crepúsculo adquiría el color
               del vino y parecía la sangre infinita del sol, sacrificado en el ocaso. Nadie como
               él podía entender la conmoción emocional de Nuria. La invisible presencia de

               quienes construyeron, pensaron y soñaron en ese sitio podía palparse, invisible,
               en cada rincón de la reducida construcción. Las Cuevas del Viento eran una
               encrucijada de mensajes contradictorios, un lugar de encuentro de las entidades
               que antes se llamaban dioses y en la actualidad energías, por no tener un mejor
               nombre.


               Nuria miró a Philippe a través de sus lágrimas.


               —No lo sé. Esto no me había ocurrido nunca. Estoy terriblemente emocionada y
               no sé por qué. Hace unos segundos tuve una alucinación. Vi a una serie de
               personas terribles, en una situación límite. Sentí que me ahogaba.


               Nuria intentó levantarse y se apoyó en el brazo de Philippe.

               —Debo decirte algo. Yo también recibí un correo electrónico de Dimitri

               Constantinopoulos, y boletos de avión y dinero para el viaje —Nuria hizo una
               pausa— Marco no sabe nada, a él lo conocí en el vuelo.

               —¿Por qué guardaste el secreto? —preguntó Philippe— Dimitri no exigió un

               juramento de silencio.

               —Tal vez porque nunca estuve muy convencida de aceptar comprometerme en
               algo tan loco. Y tú, ¿por qué informaste del motivo de tu viaje al primer extraño
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