Page 107 - El disco del tiempo
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ataviadas con las vestiduras de las grandes ceremonias que acercan lo absoluto a
lo relativo, a los dioses a los olivos y a los muertos con los vivos, perecieron esa
mañana en que las divinidades decretaron el fin del mundo, ante la mirada fija de
la Diosa, mientras Teseo, el hijo de Egeo y protegido de Poseidón, salía ileso de
los escombros y regresaba a las ruinas de Knossos a salvar a sus compañeros, los
jóvenes atenienses.
—¡Qué escena! —murmuró Nuria, de pie en la habitación central, entre las dos
columnas que habían sostenido los recipientes de las libaciones.
Habían logrado entrar al sitio arqueológico gracias a Philippe que había
convencido al único custodio de lo importante que era para ellos ingresar al
recinto. Todo esto en un griego bastante aceptable y comprensible para el
honrado trabajador cretense, y ante el asombro de Nuria y Marco.
—El “franchute” es un estuche de monerías —reconoció Marco ante su amiga,
mientras se disponían a entrar al lugar.
—¿Dónde aprendiste griego? —le preguntó Marco a Philippe.
—Soy autodidacta. Pero lo leo con más facilidad que lo hablo.
Nuria se había adelantado. De pie entre las columnas, fue asaltada por una ráfaga
de pasado. Marco le daba explicaciones a Philippe:
—Este sitio se empezó a excavar a mediados de la década de 1970. Aunque
pequeño en extensión, resultó pródigo revelando los secretos más guardados de
los minoicos. Es portentosa la cantidad de información que pueden aportar los
restos humanos —sentenció.
—El sismo comenzó después de que el sacrificio había sido consumado —dijo
Philippe—. El joven que tenía los pies atados fue degollado por la sacerdotisa,
su sangre recogida en un recipiente para finalmente verterla en la vasija de la
entrada. Ahí, justamente donde Nuria está parada. Todos murieron como
resultado del derrumbe que provocó el terremoto.
—Y eso no es todo —abundó Marco—, hay evidencias que indican que las
lámparas del recinto provocaron un incendio.