Page 102 - El disco del tiempo
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—La traducción al español del nombre de otro sitio arqueológico. En griego es

               Anemospilia.

               —¡Ah sí! —exclamó Marco con deleite adelantado. Ésa si se la ganaría— leí
               sobre tal sitio en un número de la revista National Geographic de la década de

               1980. Es el lugar donde se encontraron restos de un sacrificio humano. Pero
               perderíamos nuestro tiempo. Está cerrado al público.

               —¿Cómo? —preguntó Nuria— ¿sacrificios humanos en Creta?


               Philippe abrió la boca para responder pero Marco, literalmente, le quitó la
               palabra para quedar ante Nuria como el hombre mejor informado de Festos.


               —Investigué que era algo así como un retiro de verano de la casa real de
               Knossos y el sitio donde hacían rituales y sacrificios especiales.


               —¿Está relacionado eso con el disco? —preguntó Nuria haciendo que Philippe
               levantara las cejas.


               —Puede estar relacionado con todo —continuó Marco decidido a no perder el
               control de la conversación— se supone que los minoicos eran una sociedad
               amante de la paz, refinada y cultivadora de las ciencias y las artes, ¿no? Pues en
               Anemospilia se hicieron sacrificios humanos. La evidencia arqueológica en el
               sitio mostró encapsulada en el tiempo la escena de un sacrificio humano: el
               sacerdote, la sacerdotisa, la víctima, quien detiene la jarra con la sangre… eso sí,

               todos en forma de esqueletos.

               —¿Estás bromeando? —dijo Nuria.


               —Nunca lo haría. Tal parece que el sacrificio tuvo lugar en el año 1650 a.C. y
               que inmediatamente después una fuerza superior a la de los oficiantes del mismo
               los mató a todos, destruyendo al mismo tiempo el templo.


               —¿Una fuerza superior? ¿La de los dioses? —preguntó Nuria con ironía.


               —No —contestó Marco.


               —Sí —refutó Philippe.


               —Un terrible sismo —afirmó Marco mirando fijamente al francés.
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