Page 105 - El disco del tiempo
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Sin que mediara palabra alguna, el pequeño grupo se dispuso en una formación

               procesional y los sirvientes que transportaban el cuerpo de Knossos lo
               depositaron en el altar del sacrificio de la habitación oeste. El flautista arrancó a
               su instrumento una triste melodía, que transmitía una congoja infinita. La música
               se abrió paso entre los vapores de olvido que nublaban la cabeza de Teseo e hizo
               que lentamente tomara conciencia de lo que lo rodeaba.


               Pero sus sensaciones continuaban suspendidas y su sentido del peligro colgaba
               exangüe de un clavo hincado en la oscuridad de su conciencia.


               Dolida y majestuosa, Pasífae se situó a la cabeza del cadáver y colocó el cuchillo
               sacrificial sobre su pecho. Ariadna se paró a los pies de su hermano y ordenó a
               los sirvientes que los ataran con un lazo para cuidar la compostura del cuerpo en
               la muerte.


               A una señal de la reina, los sirvientes y el flautista abandonaron la habitación y
               solamente quedaron en ella las dos mujeres reales y el aturdido Teseo frente al
               cuerpo de Knossos.


               Reprimiendo un sollozo, Creteia atravesó el corredor y se mantuvo vigilante
               junto a las dobles hachas y la enorme ánfora que recibiría la sangre del
               extranjero, que recorrería los caminos del Universo y llegaría hasta los dioses.
               Lanzó una última mirada al trecenio vivo e indiferente que oscilaba sobre sus
               pies calzados con sandalias.


               La droga que le había administrado había hecho su efecto sobre la conciencia del
               joven sumiéndolo en un sopor indiferente que no lo privaba de movimientos
               pero que le retiraba la voluntad. Sabía que iba a ser sacrificado, que su alma
               bajaría al Hades y ni siquiera le importaba. Su vida terminaría ahí, en ese
               santuario cretense, a manos de dos mujeres que eran sacerdotisas y reinas y
               quizá diosas, que le vaciarían la sangre del cuerpo, cortándole la arteria carótida.


               El lugar en el altar que ocupaba Knossos en ese momento sería el sitio de su
               sacrificio, cuando Pasífae terminara de recitar las oraciones que consagraban a
               su hijo a la Madre de la Tierra, la Diosa Día. Entrarían de nuevo los sirvientes, se
               llevarían a Knossos al lugar de su reposo y Teseo perecería, río
               irremediablemente desangrado que encuentra su cauce al fin.


               El barco regresaría a Atenas con sus velas negras y Egeo moriría de tristeza,
               como había profetizado el oráculo tantos años antes.
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