Page 92 - El disco del tiempo
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temor, casi pánico.


               —Te hablo como futura reina. Ya conociste hoy lo que es Creta. La madre
               terrible que mata a sus criaturas, después de nutrirlas y embeberlas de bellezas.
               Sabes lo que te pasará mañana, a menos que me obedezcas.


               Teseo guardó silencio. A la luz de las lámparas, Ariadna parecía una diosa. Una
               diosa bella y terrible que no admitía insumisiones.


               —Hay una antigua costumbre —prosiguió la princesa— una costumbre que
               Minos abolió, por parecerle atroz, sobre todo después de haber padecido sus
               consecuencias… Antes de Minos y de Asterio, antes de que Zeus yaciera con
               Europa, antes de que Zeus naciera, la isla de Creta era gobernada por reinas que

               eran diosas. En su derecho estaba elegir un rey, que podía ser extranjero. Un
               viajero, un pirata, un ladrón, o un rey, poco importaba su condición. La reina
               llegaba al templo vestida con el traje antiguo que enmarca los pechos libres y
               afina la cintura… y yacía con el extranjero, quien de este modo se convertía en
               rey.


               —Y el rey debe morir al día siguiente, conozco esa historia, me la contó mi
               padre.


               —¿Poseidón? —preguntó Ariadna con una sonrisa fría— escucha, sé que eres
               hijo de Egeo y por esa sola razón, tus días están contados, al menos que acates la
               antigua costumbre. Ganaremos un día. Revelaré a Minos que has yacido
               conmigo según la vieja usanza y no se atreverá a lanzarte al toro, pues la muerte
               del rey es de otra manera. Para entonces, te habré preparado un barco y los dos
               huiremos a Atenas.


               Ariadna se levantó del Trono de los Grifos y caminó lentamente hacia Teseo. En
               ese momento le pareció humana y deseable y anheló poseerla ahí, en la
               penumbra del salón del trono, en ese espacio lunar entre la vida y la muerte, la
               esperanza y la fatalidad. Tal vez el futuro que dibujaba Ariadna podría llevarse a
               cabo. Tal vez el viejo Egeo los recibiría en el Templo del Delfín en Atenas y se
               harían sus bodas a la manera ateniense y Minos no podría recuperar su ánimo
               ante el golpe cruel que su hija le asestaba. Pero también pensó que todo era muy
               extraño y que las monstruosidades de Creta y sus mujeres con los pezones
               teñidos y los toros que pisoteaban los blancos miembros de las doncellas eran un
               amasijo brutal, un engendro de los dioses infernales, un preámbulo de la muerte
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