Page 95 - El disco del tiempo
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tu padre. Iniciemos en Atenas una breve vida de apariencia feliz, lejos de Creta,
de Minos y de Pasífae y sus terribles secretos.
—Es tarde, Ariadna.
La voz de Pasífae sonó como proveniente de muy lejos. En el marco de la puerta
se recortaba la figura de la reina. Su rostro era una máscara impasible. Se había
dado cuenta en pocos segundos de lo que había ocurrido al pie del Trono de los
Grifos. Una capa negra cubría sus vestiduras. El cabello destrenzado sobre la
espalda le daba el aspecto de un antiguo numen.
—Los dioses no se cansan de castigarnos. La ira de Poteidan es larga. Por fin, ha
culminado la cadena de amarguras en este día y esta noche, pero la muerte de mi
hijo no acaba con la cadena de venganzas. Mañana, al ocaso, el asesino de
Knossos será sacrificado a la antigua usanza en el altar de la Triple Diosa. Tú,
Creteia y yo oficiaremos el rito. La sangre de Teseo aliviará el dolor de la
sombra de Knossos, en el Hades.
—Madre, Teseo no mató a tu hijo oculto. Yo maté a Knossos, mis manos fueron
dirigidas por la fatalidad hacia su joven corazón.
—La reina ha hablado y mañana cortarás la garganta de Teseo con la doble
hacha.
Los guardias de Pasífae maniataron a Teseo, demasiado perplejo para reaccionar
y abrumado por el peso de las maldiciones y misterios cretenses. Lo llevaron a
una mazmorra, alejada de la que encerraba a sus compañeros atenienses.
Ariadna y su madre, unidas por un nudo de silencio y negros presentimientos, se
encargaron de lavar, ungir y perfumar el cadáver de Knossos, el hijo de Pasífae y
el rey sagrado, que anualmente debía desposar a la reina de Creta, cubierto el
rostro con una máscara de toro, según la antigua usanza, nunca aprobada por
Minos y ridiculizada hasta la saciedad por los pueblos tributarios y enemigos de
Creta, la Resplandeciente.