Page 38 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas

—No. Es de principios del siglo XIX. Mi padre la compró hace como diez años;

antes perteneció a un científico.

—Órale.

—Pásale.

Cruzaron un jardín que acusaba los estragos del abandono. La puerta principal,
de madera de cedro, se encontraba reseca por los rayos solares. Un chirrido les
dio la bienvenida. A Ciro le gustó aquello. El recibidor era una sala de muebles
de madera con acabados de vinil, adornado por lámparas colocadas sobre
pequeñas mesas. Se veían también floreros sin flores y platos con restos de
frituras y ceniza.

—Siéntate —dijo Mefisto.

Echó un vistazo a su alrededor. Nada indicaba que aquella fuera la madriguera
de un escritor de culto cuya cabeza era un caudaloso manantial de historias
perturbadoras, llenas de criaturas malignas que dejaban rastros visibles de sangre
a su paso. Incluso el lugar le pareció demasiado hospitalario, demasiado bonito:
lámparas de cristal colgando del techo; cuadros de paisajes y retratos; unas

esculturas de flamencos enredando sus cuellos; una vitrina llena de platos de
porcelana, copas alargadas o vasos decorados, pero sobre todo un aparador lleno
de muñecos de cerámica en posturas románticas y cursis.

—Estos de seguro los trajo tu mamá, ¿verdad?

—No, mi papá.

—¿Tu papá? ¿De veras?

—Sí, le fascinan esas figuras. Las colecciona.

Ciro no daba crédito a lo que le decía su anfitrión. ¿Cómo era posible que un
autor de historias terribles sintiera inclinación por aquellas figurillas de cerámica
insoportablemente tiernas?

—¿Quieres ver una película?

—Preferiría leer algo de él. Algo nuevo. Inédito. No sé si sea mucha molestia.