Page 34 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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del canal Alto, ya seco y lleno de hierba y basura. Un muro de metal se alzaba en
medio de la noche contra el cielo gris, mostrando la cabeza de una mujer con
cuerpo de tarántula y en cuyo pie estaba escrito “Museo del horror”.
—¡Papá, papá, llévame a ese! ¡Ándale, porfa, porfa!
El señor le echó un vistazo al resto de juegos: la rueda de la fortuna, el remolino,
tiro al blanco, la casa de la risa…
—¡El niño sapo, papá, quiero verlo, quiero verlo!
—Está bien, vamos.
Entraron. Observaron a las criaturas atrapadas en los frascos de vidrio. El niño
atisbó con curiosidad. Luego pasaron a las secciones donde se hallaban las
criaturas mitad humanas mitad bestias. Miraron sin demasiado asombro a la
mujer con cuerpo de tarántula, a la niña de las serpientes y al niño anfibio. Pero
no sintieron miedo sino compasión por ellos. El animador enano alentaba al
escaso público con estas palabras:
—¡Damas y caballeros, pasen a mirar la nueva y espeluznante atracción del
museo del horror! ¡La más extraña criatura que sus ojos jamás han visto! No se
queden fuera. ¡Pasen, pasen! ¡Diez pesos el boleto!
Papá e hijo se pararon, llenos de curiosidad, y vieron a la criatura: tenía cabeza
humana y el repugnante cuerpo de un insecto carroñero. De su boca salía una
voz dolorosa que emitía palabras ininteligibles, apenas semejantes a un
murmullo lleno de consonantes. Estaba agachado. El enano le golpeó la cerviz
para que levantara el rostro. Los espectadores se quedaron boquiabiertos. José, o
mejor dicho, la cabeza carcomida y llena de cicatrices de José, los miró con
indiferencia y se inclinó de nuevo para tragar carne molida putrefacta, mientras
una mosca giraba enloquecida alrededor de aquel manjar despreciable.