Page 43 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—¡Y vaya demonios! No lo dejan en paz.


               —Pero les debe de estar muy agradecido: le ayudan a escribir muy bien.


               —Lo ha de estar si algo les debe. Pero imagínate cómo le han de cobrar.


               —¿Cuánto tardará en recuperarse? —preguntó, echando una mirada a su reloj.


               —Si te tienes que ir deja el libro y le pido que te lo firme.


               —Lo que pasa es que me hubiera encantado verlo. Oye, ¿no estará en el sótano?
               Hace rato oí ruido.


               —¿Bajaste al sótano?

               —Claro que no. Tiene candado. Solo pasé por ahí y escuché una voz.


               —Son figuraciones tuyas. Hace años que nadie abre esa puerta. Allí estaba el
               laboratorio del científico, y desde que compraron esta casa nadie ha entrado ahí.


               —Te lo juro, no fue mi imaginación.


               Mefisto rio y dijo enseguida:


               —Ya te están afectando esos libros. Mejor lee la saga de vampiros guapos y
               metrosexuales. Bueno, hay que salir de aquí. Ya te quitaste las ganas de conocer
               su madriguera.


               Bajaron por la escalera. Ya pasaban de las nueve. La oscuridad entró sigilosa por
               las ventanas y se instaló en el interior. Mefisto encendió algunas lámparas. Se
               despidió de Ciro y lo condujo hacia la puerta. Levantó el brazo para golpear su
               palma con la su amigo. Abrió la puerta de entrada. Justo en el momento en que
               daba un paso para abandonar la casa, se oyó un grito desde la segunda planta:


               —¡Mefistoooooooooooo! Dame otro Hemoxol. Rápido.


               La voz era grave y ahogada.


               —¡Vooooy, papá! —volteó un momento hacia arriba; luego dijo—: Bueno, nos
               vemos, adiós.
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