Page 44 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—Está bien. Solo voy a recoger mi libro. Lo dejé sobre la mesita.
—Muy bien. Cierras. Nos vemos mañana.
Mefisto subió las escaleras a zancadas y desapareció.
Ciro se dio cuenta de que no había nadie, y durante un lapso breve se quedó
pensando hasta que tomó una decisión peligrosa: bajar al sótano. Cerró la puerta
principal ruidosamente, fingiendo marcharse. Caminó hacia allá. Quitó el
candado. Abrió la puerta. Era pesada: por la parte interior tenía barrotes delgados
de un extremo al otro. Una ansiosa ráfaga de viento recorrió su cara. Bajó a paso
lento los escalones, no sin antes cerrar la puerta. La luz que irradiaba un foco
colgado del techo apenas si iluminaba el lugar. Deseaba averiguar a quién
pertenecía aquella voz femenina que había oído. Su adicción al miedo lo
empujaba a seguir adelante. Recorrió con la mirada el sótano, pero no encontró
nada extraño: solamente una lavadora sin tapa, un tostador, licuadoras, un
televisor Zenith, la podadora vieja, cajas de herramientas, llantas, un motor de
automóvil, cuadros, lámparas y teléfonos inservibles. Por un momento pensó
encontrar a una mujer sucia y loca atada con una cadena a la pared. Se
decepcionó al no encontrar nada. El polvo cubría los objetos. Volteó hacia la
escalera y notó huellas de pies. Eran delgados como los de una mujer. Cruzó por
su mente la posibilidad de que ahí se hallara escondida. De repente la puerta
rechinó. Se ocultó al lado de un ropero.
—¿Estás aquí, Ciro? —preguntó Mefisto.
Ciro solo respondió con el mayor silencio que pudo.
—No está.
—Más le vale, porque si no, se va a arrepentir. ¡Si alguien sabe lo que esconde
este lugar, mi futuro está arruinado!
—No pasa nada. Se fue. No te preocupes.
Ciro estaba más quieto que la estatuilla de porcelana rota que yacía a su costado.
Cerraron la puerta. Oyó el clic del candado. ¿Por qué dijo Infinito Verdugo que
su futuro como escritor estaría arruinado si alguien entraba a ese sótano? Lo
excitó ese misterio. Miró en derredor. Un ruido brotó de un rincón y se escurrió
por la parte inferior de la pared. Buscó bajo las mesas donde se amontonaban los