Page 122 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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116 EL IMPERIO PERSA
no pocas veces mediante la violencia y la sangre: éstos desertarían del campo
persa tan pronto como un enemigo victorioso cruzase sus fronteras. Los griegos
de las costas del Asia Menor eran retenidos a duras penas en vasallaje por oli
garcas o por tiranos cuya existencia dependía del poder de los sátrapas y del
imperio, y los pueblos del interior de la península, continuamente oprimidos
por espacio de dos siglos, no tenían ni fuerzas ni interés para levantarse a favor
de Persia; ni siquiera habían tomado parte en las anteriores sublevaciones de los
sátrapas del Asia Menor; eran pueblos embotados, indolentes, sin el menor re
cuerdo de su pasado. Y otro tanto ocurría con las dos Sirias, la de aquende y la
de allende el mar; largos siglos de servidumbre habían doblado la cerviz de estos
pueblos, que estaban dispuestos a contemplar impasibles todo lo que el destino
les reservase. Sólo en las costas de Fenicia se mantenía la vida ágil y activa de
los viejos tiempos, que envolvía más peligros que lealtad para Persia, y lo único
que podía hacer que los fenicios permaneciesen leales a los persas era sus celos
contra Sidón y sus propias conveniencias. Finalmente, el Egipto no había rene
gado jamás de su odio contra los extranjeros opresores de su país, y las tropelías
cometidas por Artajerjes Ojos para recobrar su dominación podrían, si acaso, haber
paralizado las fuerzas, pero jamás habrían ganado las simpatías. Todos estos
países, conquistados por el imperio persa para desgracia suya, se desprenderían
irremediablemente de él tan pronto como se descargase un golpe audaz desde
el occidente.
He aquí por qué la política persa no tenía, desde hacía mucho tiempo, pre
ocupación más alta que la de atizar los recelos y las discordias entre los estados
helenos, debilitando a los poderosos y azuzando y apoyando a los débiles y pro
curando frustrar por debajo de cuerda y por medio de un sistema muy compli
cado de corrupción y de intrigas una acción conjunta de los helenos que, de
producirse, no estarían en condiciones de poder resistir. Y, en efecto, esta política
habíales dado buenos resultados a los persas durante mucho tiempo; pero ahora
la monarquía macedonia, avanzando con paso rápido y firme, amenazaba dar al
traste con los frutos de todos estos esfuerzos. Después de la victoria de Queronea
y de la consiguiente fundación de la liga helénica, los que dirigían el imperio
persa desde la corte de Susa no podían ignorar ya lo que se avecinaba.
Hasta que subió al trono Darío —por los mismos días aproximadamente en
que fué asesinado Filipo—, no se tomaron medidas para hacer frente a las tropas
invasoras, que cruzaban ya el Helesponto. Darío III encargó al rodio Memnón,
hermano de Mentor, que se pusiera al frente de todos los mercenarios griegos que
pudiera reunir, con órdenes de cerrar el paso a los macedonios y proteger las
fronteras del imperio. No era difícil comprender que con estos procedimientos
lograría hacerse frente, si acaso, a un cuerpo del ejército invasor, pero jamás a
todo el ejército macedonio-heleno de que aquel cuerpo era la vanguardia y que
se preparaba ya para dirigirse al Asia. Tampoco era posible poner en pie de guerra
y enviar al Asia Menor un ejército persa antes de que las nuevas tropas de inva
sión desembarcasen; no había, materialmente, tiempo para ello; por eso, lo mejor