Page 119 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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EJERCITO DE  ALEJANDRO                    113

      el  ejército  de  Alejandro  disponía  de  una  especie  de  artillería  de  campaña.  La
      necesidad  de  bestias  de  tiro  para  arrastrar  estas  piezas  y  los  carros  de  impedi­
      menta y provisiones  aumentaban la  masa  de  caballos  de  que  era  necesario  cuidar;
      además,  según  una  norma  dictada  por  el  rey  Filipo,  cada  jinete  sólo  podía  llevar
      con  él  a  un  caballerizo  o  asistente,  el  cual,  naturalmente,  tenía  que  ir  también
      montado.  Si,  a  base  de  las  raciones  actuales,  calculamos  que  cada  caballo  con­
      sumía  cuatro  celemines  diarios  de  avena  o  de  cebada  y  que  el  ejército  debía
      llevar  consigo  forraje  para  tres  días  —cuando  menos  en  la  marcha  hacia  el
      interior  del Asia  fué  necesario  contar  con  el  doble—,  es  evidente  que  el  caballo
      auxiliar  no  podría  cargar,  además  del  asistente,  24  celemines  de  grano,  lo  cual
      quiere  decir  que  haría  falta  otro  caballo  de  ronzal  (bestia  de  carga),  que  trans­
      portaría,  además,  el  bagaje  del  hetairo.  No  cabe  duda  de  que  este  sistema  se
      aplicaba  tanto  en la  caballería  tesaliana  como  en  la  macedonia^pcuix.onsiguiente.
      los  3,000  jinetes  combatientes  de  ambos  grupos  suponían  ya  9,000  caballos.  No
      sabemos cómo se las arreglarían los jinetes helénicos, los  sarissóforos  y los peonios.
      Según  otro  decreto  de  Filipo,  se  autorizaba  un  cargador  por  cada  diez  falangitas,
      y  probablemente  regía  la  misma  norma  para  las  tropas  aliadas  y  las  mercenarias.
      Como  es  natural,  en  el  cuartel  general  del  rey  tenía  que  haber  oficinas,  un
      servicio  de  intendencia,  un  servicio  de  tesorería,  etc.  Las  fuentes  nos  informan
      incidentalmente  de  que  Arpalo,  uno  de  los  amigos  de  Alejandro  deportados  en
      el  año  337,  fué  destinado  a  regentar  la  caja  del  rey  por  no  ser  apto  para  el
      servicio  de  guerra  y  que  a  otra  de  las  personas  de  este  círculo,  el  mitileno  Lao­
      medón,  se  le  encargó  de  la  vigilancia  de  los  prisioneros  de  guerra  bárbaros,  por
      conocer la lengua  de  éstos.  Y  en  el  transcurso  de  la  campaña  en  la  Bactriana  se
      narra  un  episodio  que  arroja  cierta  luz  sobre  la  sanidad  de  guerra  de  los  ma­
      cedonios.
          Tal  era  el  ejército  de  Alejandro.  Este  ejército  era,  en  gran  parte,  obra  de
      su  padre,  quien  lo  había  organizado,  le  había  infundi'do  una  severa  disciplina,  lo
      había  adiestrado  en  numerosas  campañas  y  lo  había  dotado,  gracias  a  la  sólida
      unión  de  los  jinetes  tesalienses  con  los  macedonios,  de  un  arma  de  caballería
      como  jamás  la  había  tenido  ningún  ejército  helénico.  Pero  Filipo  no  había
      logrado  dar  todavía  a  su  ejército  la  plena  eficiencia  de  su  superioridad  militar,
      la  utilización libre y plena  de  su  potencialidad,  la  conciencia  de  su  propia  fuerza,
      por  decirlo  así.  En  Queronea,  donde  Filipo  mandaba  a  la  caballería  macedonia
      del  ala  derecha,  no  había  logrado  romper  la  línea  ofensiva  del  enemigo  y  hasta
      la falange tuvo que retroceder, aunque ordenadamente;  lo que  decidió  el resultado
      de  la  batalla  fué  el  hecho  de  que  Alejandro,  al  frente  de  la  caballería  tesaliense
      del  ala  izquierda,  se  lanzase  a  la  carga  contra  la  línea  del  enemigo,  que  presio­
      naba  fuertemente.  Ya  entonces  y  más  aún  en  los  combates  del  año  335,  demos­
      tró  Alejandro  que  sabía  utilizar  mejor,  de  un  modo  más  audaz,  más  rápido  y
      siempre decisivo, la irresistible fuerza ofensiva de este ejército y,  al  mismo  tiempo,
      que  era  el  general  y  a  la  par  el  primer  soldado  de  su  ejército,  su  paladín,  en  el
      pleno  y  auténtico  sentido  de  la  palabra.  Nada  más  eficaz  para  inflamar  el  celo
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