Page 124 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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118               ALEJANDRO  CRUZA  EL  HELESPONTO

       vióse  obligado  a  replegarse  sobre  el  Helesponto  y  a  hacerse  fuerte  en  la  posición
       fortificada  de  Roiteón.
           No es posible saber si Calas logró retener, por lo menos, esta última  posición;
       lo  que  desde  luego  se  sabe  es  que  Parmenión  se  presentó  poco  después  en  la
       corte  de  Pella.  Tal  vez  lo  llamase  el  rey,  puesto  que  después  de  la  terminación
       de  la  campaña  en  el  norte  ya  sólo  interesaba  conservar  como  cabeza  de  puente
       los  puntos  que  cubrían  el  paso  del  estrecho  para  cruzar  de  Europa  al  Asia  y,
       para  ello,  teniendo  la  flota  al  lado,  bastaba  con  retener  un  reducido  número  de
       tropas  en  Roiteón  y  tal  vez  en  Abidos.  Por  eso  es  mucho  más  sorprendente  que
       Memnón,  que  era  un  excelente  general,  no  se  aprovechase  de  las  circunstancias
       para  limpiar  rápidamente  de  enemigos  toda  la  costa;  más  tarde,  los  sátrapas  le
       echaron  en  cara  que  procuraba  alargar  todo  lo  posible  la  guerra  para  hacerse
       indispensable;  bien  fuese  esto,  bien  porque  los  recelos  de  los  sátrapas  le  privaban
       de los medios  necesarios para  hacer  más,  lo  cierto  es  que  no  lo  hizo.


                          A LEJA N D RO   CRUZA  E L   H ELESPON TO
           En la  primavera  del  334,  la  flota  del  gran  rey  estaba  lista  para  hacerse  a  la
       vela;  se  ordenó  a  los  sátrapas  y  gobernadores  del  Asia  Menor  que  avanzasen  con
       sus tropas hacia la costa e hiciesen frente a los  macedonios en el  momento mismo
       de  pisar  tierra  de  Asia.  En  los  llanos  de  Zelea  se  concentró  el  ejército  de  los
       defensores  de  Persia,  formado  por  unos  20,000  jinetes  persas,  bactrianos,  medós,
       hircanos  y  paflagonios  y  otros  tantos  mercenarios  griegos;  un  ejército  que,  como
       pronto  habría  de  demostrarse,  era  lo  suficientemente  valiente  y  numeroso  para
       cerrar  el  paso  al  enemigo  si  hubiera  tenido  buenos  mandos.  Pero  el  gran  rey  no
       había  creído  oportuno  nombrar  un  general  en  jefe  que  se  pusiera  al  frente  de  él;
       ordenó  que  los  jefes,  reunidos  en  consejo,  tomasen  las  decisiones  necesarias  a
       medida  que  fueran  desarrollándose  las  operaciones;  estos  jefes  eran,  además  de
       Memnón;  Arsites,  hiparca  de  la  Frigia  del  Helesponto,  el  país  más  directamente
       amenazado por la invasión;  Espitrídates,  sátrapa  de  Lidia  y Jonia;  Atizíes,  sátrapa
       de  la  Gran  Frigia;  Mitrobuzanes,  hiparca  de  la  Capadocia;  el  persa  Ornares  y
       otros  príncipes  de  Persia.  No  cabe  duda  de  que  el  general  más  capaz  que  había
       entre  ellos,  si  no  el  único,  era  Memnón;  pero,  por  ser  griego  y  favorito  del  rey,
       concitaba  contra  él  los  odios  de  todos  y  esto  hacía  que  tuviese  en  el  consejo  de
       guerra de los persas menos influencia  de lo que habría  sido  deseable para la  causa
       del imperio  asiático.
           Mientras  todo  esto  sucedía  en  el  Asia  Menor,  Alejandro  estaba  ya  tan  avan­
       zado en sus preparativos, que pudo ponerse en marcha con sus  tropas a  comienzos
       de, la  primavera  del  año  334.  Bajó  hacia  el  mar  por  Anfípolis  sobre  el  Esrimón
       y siguió a lo largo de la  costa,  por Abdera,  Maronea  y  Cardia;  al  vigésimo  día  de
       marcha  estaba  en  Sestos.  Su  flota  se  hallaba  ya  en  el  Helesponto.  Parmenión
       recibió  la  orden  de  conducir  a  la  caballería  y  a  la  mayor  parte  de  la  infantería
       hasta  Anidos.  El  rey,  con la  otra  parte  de la  infantería,  se  dirigió  a  Elaio,  frente
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