Page 154 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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CAPITULO  II
      En el campo  de  los persas.—Alejandro  cruza  el  Tauro.—Ocupación  de  Cilicia.—
          Batalla  de  Isos.—La  carta-manifiesto.—Agitación  en  la  Hélade.—Acción  de
          Alejandro después de la victoria de Isos.—Las ciudades fenicias.—Sitio de Tiro.
          Conquista de  Gaza.—Ocupación  del Egipto.

                            EN   E L   CAM PO  DE  LOS  PERSAS
      L a  n o t i c i a   de  la  batalla  del  Gránico  produjo,  en  el  campo  persa,  más  enojo
      que  preocupación.  Seguramente  no  se  comprendía  aún  el  verdadero  alcance  del
      ataque  iniciado  ni,  por  tanto,  el  verdadero  peligro  que  amenazaba  al  imperio;
       seguramente  se  creía  que  los  éxitos  de  Alejandro  eran,  sencillamente,  los  golpes
       de  fortuna  de  un  loco  o  de  un  temerario,  acrecentados  y  facilitados  por  los  erro­
       res cometidos; bastaría  con evitar en lo  sucesivo  estos  errores  para  atajar ulteriores
       peligros  y  dar  al  traste  con  la  buena  estrella  del  aventurero  macedonio.  La  des­
       gracia del Gránico parecía deberse, principalmente,  a la  falta  de  unidad y  de  plan
       para la  dirección del ejército  persa;  ahora  se  reconocía  que  Memnón  estaba  en  lo
       cierto  y  que  la  jefatura  del  ejército  habría  debido  ponerse  desde  el  principio  en
       sus  manos.  En  lo  sucesivo  se  le  confirió,  por  lo  menos,  el  mando  exclusivo  y
       omnímodo sobre las fuerzas persas de mar y tierra en las  satrapías del Asia  Menor.
           Y,  en efecto,  todo parecía  indicar que el  rey macedonio había  encontrado  en
       este heleno un enemigo peligroso. Ya la  defensa tenaz y  denodada  de  Halicarnaso
       había  revelado  su  talento  y  su  energía;  alejado  luego  de  la  costa,  salvo  en  unos
       cuantos  puntos,  y  alentado  por  la  disolución  de  la  escuadra  macedonia,  concibió
       el  ambicioso  plan  de  cortar las  comunicaciones  de  Alejandro  con  Europa,  de  lle­
       var la  guerra  a  la  Hélade  y,  desde  allí,  en  connivencia  con los  numerosos  enemi­
      gos  helénicos  de  Macedonia,  destruir  la  fuerza  de  Alejandro  en  su  propia  raíz.
       Disponía de una poderosa flota de barcos chipriotas y fenicios, en la  que figuraban
       además  diez  naves  licias,  diez  de  Rodas  y  tres  de  las  ciudades  cilicias  de  Malos
       y  Soloi;  aún  estaba  en  su  poder  la  ciudadela  marítima  de  Halicarnaso;  hacían
       causa  común  con  él las  islas  de  Rodas,  Cos  y  todas  las  Sporadas,  así  como  tam­
       bién,  probablemente,  los  colonos  atenienses  establecidos  en  Samos;  los  oligarcas
       y  tiranos  de  Quíos  y  Lesbos  aguardaban  ansiosamente  su  apoyo  para  poner  fin
       a la  democracia  y  a  todo  contacto  con  Macedonia;  y  los  patriotas  de  la  Hélade
       esperaban  de  él  la  restauración  de  las  libertades  helénicas.
           De la rada de Halicarnaso,  Memnón se  dirigió  con su  flota hacia  Quíos.  Lo­
       gró apoderarse  de la isla,  gracias  a la  traición  de los  oligarcas  que  antes  la  habían
       gobernado  y  al  frente  de  los  cuales  figuraba  Apolónides;  lo  primero  que  hizo
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