Page 208 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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202                    BATALLA  DE  GAUGAMELA

         Era  el  20  de  septiembre.  Llegó  la  noche  y  ya  los  primeros  centinelas  noc­
     turnos  habían  salido  para  cubrir  sus  puestos  de  vigilancia  junto  al  río  y  en  las
     montañas;  la  luna  iluminaba  el  paisaje,  que  a  muchos  antojábaseles  parecido  a
     las  regiones  montañpsas  de  Macedonia;  de  pronto  empezó  a  oscurecerse  la  luz
      de la luna llena;  pocos  momentos  después  el luminoso disco  había  quedado  com­
      pletamente  envuelto  en  sombras.  No  cabía  duda:  aquello  era  un  gran  presagio
      de los  dioses;  los  guerreros  salían  de  sus  tiendas,  llenos  de  angustia;  muchos  te­
      mían  haber  enfurecido  a  los  dioses;  otros  recordaban  que  cuando  Jerjes  salió  a
      conquistar  la  Gran  Grecia  sus  magos  interpretaron  el  eclipse  de  sol  que  el  rey
      persa  vió  en  Sardes  diciendo  que  el  sol  era  el  astro  de  los  helenos  y  la  luna  el
      de los  persas;  ahora,  los  dioses  oscurecían  el  astro  de  los  persas,  claro  indicio  de
      su próxima  catástrofe.  El  adivino  Aristandro  interpretó  aquel  presagio  al  mismo
      rey,  diciéndole  que  era  favorable  para  él  y que  no  pasaría  el  mes  sin  que  se  pro­
      dujese  la  batalla.  Luego,  Alejandro  sacrificó  a  la  luna,  al  sol  y  a  la  tierra,  y  los
      signos  del sacrificio  presagiaron  también  su  victoria.  Al  amanecer,  el  ejército  pú­
      sose  en  marcha,  al  encuentro  de  las  tropas  persas.


                             BATALLA  DE  GAUGAMELA
          El ejército macedonio siguió avanzando hacia el  sur,  teniendo  a  su  izquierda
      las  estribaciones  de  los  montes  Gordienos  y  a  su  derecha  la  corriente  impetuosa
      del  Tigris,  sin  topar  ni  con  rastro  de  enemigo.  Por  fin,  el  día  24  la  vanguardia
      anunció  que  se veía  caballería  enemiga  a  campo  raso,  sin  que  pudiera  saberse  en
      qué cantidad.  El ejército se ordenó  rápidamente y avanzó ya  en  orden  de batalla.
      Poco  después  recibiéronse  nuevos  informes:  el  número  de  enemigos  podía  calcu­
      larse en unos  mil caballos.  Alejandro  ordenó  montar  a  la  ila  real  y  a  otra  ila  de
      “hetairos”  y de la  caballería ligera  (los  tiradores),  a los  peonios  y  salió  al  galope
      con  ellos  al  encuentro  del  enemigo,  ordenando  que  el  resto  de  su  ejército  avan­
      zara  lentamente  tras  él.  Tan  pronto  como  los  persas  le  vieron  venir  a  todo
      correr,  huyeron  a  rienda  desplegada;  Alejandro  corrió  tras  ellos-,  la  mayoría  de
      los  jinetes  enemigos  lograron  escapar,  pero  algunos  fueron  despedidos  por  sus
      caballos  y acuchillados  o hechos  prisioneros.  Llevados  ante  Alejandro,  declararon
       que Darío se encontraba con sus tropas  no  muy al sur,  cerca  de  Gaugamela,  junto
      al  río Bumodos,  en  un  terreno  llano  en  todas  direcciones;  que  su  ejército  ascen­
       dería  probablemente  a  un  millón  de  hombres  y  más  de  cuarenta  mil  caballos  y
       que a  ellos les habían  enviado a  explorar,  al  mando  de  Maceo.  Alejandro  ordenó
       inmediatamente  a  sus  tropas  que  hiciesen  alto;  en  el  lugar  más  favorable  se  le­
       vantó  un  campo  cuidadosamente  atrincherado;  teniendo  tan  cerca  a  un  ene­
       migo  cuya  superioridad  numérica  era  tan  arrolladora,  toda  precaución  resultaba
       poca;  cuatro  días  de  descanso  concedidos  a  la  tropa  bastaron  para  prepararlo
       todo  con  vistas  a  la  batalla  decisiva.
           Como  durante todo  este tiempo  no  volvió  a  presentarse  ninguna  fuerza  ene­
       miga,  era  de  suponer  que  Darío  se  hallaría  emplazado  en  una  posición  favorable
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