Page 203 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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ALEJANDRO  EN  ΑΜΜΟΝ                      197

       día  hacer  creer  a  los  demás?  ¿Acaso  un  hombre  como  él,  de  mente  tan  clara
       y  tan  libre,  tan  seguro  de  su  voluntad  y  de  su  capacidad,  tuvo  también  momen­
       tos de zozobra interior, en que su espíritu buscaba  un asidero,  un  punto  de  apoyo
       en lo supraterrenal?  Como  se ve, este problema  se  refiere  a las  premisas  religiosas
       y  morales  bajo  las  que  se  hallaba  la  voluntad  y  la  conducta  de  aquel  carácter
       apasionado,  a  la  esencia  más  íntima  de  su  personalidad,  a  lo  que  podríamos  lla­
       mar  su  conciencia.  En  rigor,  sólo  se  le  podría  comprender  partiendo  de  este
       punto  nuclear  de  su  personalidad,  al  lado  del  cual  todo  lo  que  hace  y  crea
       no es más que la periferia, trozos de periferia,  de los  que  además  sólo han llegado
       a  nosotros  algunos  fragmentos  sueltos  a  través  de  la  tradición.  Dejemos  que  el
       poeta  conciba  los  caracteres  de  la  acción  por  él  representada  de  tal  modo  que,
       partiendo  de  ellos,  se  explique  lo  que  hacen  y  lo  que  padecen.  La  investigación
       histórica  se rige  por  una  ley  muy  distinta  que  la  de  la  poesía;  también  ella  pro­
       cura formarse una idea lo más clara y profunda posible de las  figuras cuyo  alcance
       histórico  está  llamada  a  estudiar;  observa,  siempre  y  cuando  que  disponga  de
       datos  para  ello,  sus  actos,  sus  dotes,  sus  tendencias;  pero  no  penetra  jamás  hasta
       el lugar recóndito en que todos  estos momentos tienen su  fuente,  su impulso y  su
       norma. El historiador no dispone  de  métodos  ni tiene competencia para  descubrir
       el secreto íntimo y profundo  del alma  ni,  por tanto,  para  determinar en  un  plano
       de enjuiciamiento el valor moral, que vale  tanto  como  decir el  valor íntegro  de la
       personalidad.  Hace  ya  bastante  si  busca  una  especie  de  recurso  para  colmar  las
       lagunas a que eso  da lugar,  enfocando  a las  personalidades  históricas  en  un  plano
       distinto  de aquél  en  que reside su valor moral,  en  el  plano  de  su  relación  con los
       grandes  desarrollos históricos,  de  su  participación  en las  realizaciones  y  creaciones
       perdurables,  en  su  fuerza  o  en  su  debilidad,  en  sus  planes  y  en  sus  obras,  en  su
       talento  y  en  su  energía  para  llevarlas  a  cabo;  clasificándolas  así,  con  arreglo  a
       estas cualidades, el historiador ejerce la justicia que a él le compete y transmite una
       idea  que  no  es  más  profunda,  pero  sí  más  amplia  y  más  libre,  que  aquella  otra
       puramente  psicológica.
           Tocaremos aquí, por lo menos, un punto en el que parecen entrecruzarse una
       serie de líneas importantes.
           Desde  aquella  notable  sentencia  de  Heráclito  y  desde  la  frase  de  Esquilo:
       “una forma bajo  muchos  nombres”,  los  poetas  y los  pensadores  del  mundo  helé­
       nico  afanáronse  incesantemente  en  buscar  bajo  las  muchas  figuras  de  dioses  y
       los muchos mitos  que formaban  su religión  el  sentido  profundo  y,  en  él,  la  justi­
       ficación  de  su  fe.  Sabido  es  hasta  qué  punto  ahondó  Aristóteles  en  estos  proble­
       mas. Alejandro  no  sólo leería  el  diálogo  popular  en  que  el  filósofo  describe  cómo
       bastaría  mirar a la  magnificencia del  mundo  y al eterno  movimiento  de los  astros
       para convencer a  quien por vez primera  lo viese  de  “que  existen  realmente  dioses
       y de que aquel espectáculo  maravilloso  es  obra  suya” .  Las  lecciones  del  gran  pen­
       sador  le  llevarían  también  al  convencimiento  de  que  los  tiempos  prehistóricos
       veían en el cielo y en los  astros que  se  movían dentro  de  sus  órbitas  eternas  otras
       tantas  divinidades,  cuyos  actos  aparecían  bajo  una  “forma  mítica”  y  que  “para
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