Page 198 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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192 FIN A L D E LA FLOTA PERSA
caballo y varios cientos de miles de hombres, reforzados por doscientos carros
con hoces y quince elefantes, traídos del Indo. Se dice que, contra lo que los
reyes tenían por costumbre, esta vez Darío había velado por el armamento del
ejército, principalmente el de la caballería. Lo más importante era trazar un plan
estratégico que permitiera al ejército persa descargar eficazmente todo el peso de
sus grandes masas y la acometividad de sus formidables fuerzas de caballería.
Dos grandes ríos, el Eufrates y el Tigris, cortan en sentido diagonal la llanura
que se extiende al pie de la cadena de montañas del Irán; los caminos que suben
de las costas del mar Mediterráneo hasta la altiplanicie asiática cruzan las
aguas de estos dos ríos. Era muy lógico pensar en presentar batalla al enemigo
en las orillas de uno de estos cursos de agua y, concretamente, en las del Tigris,
ya que este río era más difícil de cruzar y teniendo en cuenta, además, que una
batalla perdida en las orillas del Eufrates habría empujado al enemigo sobre la
Armenia y le habría entregado a Babilonia y, con ella, los grandes caminos
tendidos hacia la Persia y la Media, mientras que si el gran ejército persa se apos
taba detrás del Tigris cubriría la ciudad de Babilonia y, ganándose la batalla, el
enemigo podría ser fácilmente perseguido en las llanuras desérticas de la Meso
potamia, mientras que si se perdía quedaría abierto el camino de retirada hacia
las satrapías orientales. Darío limitóse a destacar sobre el Eufrates una avanzada
formada por unos cuantos miles de hombres al mando de Maceo, para que
vigilasen los pasos del río. El mismo se situó con una parte de sus tropas saliendo
de Babilonia, en la región de Arbela, punto importante de la gran calzada militar
que lleva, al otro lado del Licos, hasta la gran llanura de Nínive, la cual se extien
de por el oeste hasta la orilla izquierda del impetuoso Tigris y por el norte
hasta las estribaciones de los montes Zagros; su plan era hacer frente allí a las
tropas de Alejandro, apoyándose sobre el río, y cerrarle el paso.
FIN A L DE LA FLO TA PERSA
Mientras el rey Darío se disponía a luchar de este modo por salvar la mitad
oriental de su imperio, en el umbral de ella y movilizando todas las fuerzas de
que podía disponer, en el lejano occidente se hundían los últimos restos del po
der persa.
Mucho podía haber hecho la flota persa en los mares helénicos, si hubiese
sabido actuar a su debido tiempo y apoyar con todas sus fuerzas el movimiento
iniciado por el rey Agis en el Peloponeso. Pero sus mandos, vacilantes, sin planes
y sin decisión, habían dejado pasar, en el verano del año 333, el momento de
una ofensiva que pudo ser decisiva; más tarde, ya debilitada por el envío de los
barcos que condujeron los mercenarios a Tripolis y aún después de la batalla de
Isos y cuando ya las costas fenicias se hallaban amenazadas por el enemigo,
permaneció en aquellas bases occidentales que sólo tenían razón de ser para
desencadenar una ofensiva, en vez de volar hacia Fenicia, apoyar la resistencia
de los tirios y mantener unidos a los contingentes inseguros de la flota. En la