Page 198 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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      caballo  y  varios  cientos  de  miles  de  hombres,  reforzados  por  doscientos  carros
       con  hoces  y  quince  elefantes,  traídos  del  Indo.  Se  dice  que,  contra  lo  que  los
       reyes  tenían  por  costumbre,  esta  vez  Darío  había  velado  por  el  armamento  del
       ejército,  principalmente el de la caballería.  Lo  más  importante  era  trazar  un  plan
      estratégico que  permitiera  al  ejército  persa  descargar eficazmente  todo  el  peso  de
       sus  grandes masas  y la acometividad  de sus  formidables  fuerzas  de  caballería.
          Dos grandes ríos, el Eufrates y el Tigris, cortan en sentido diagonal la llanura
       que se extiende al  pie de la cadena  de montañas  del  Irán;  los  caminos  que  suben
       de  las  costas  del   mar   Mediterráneo  hasta  la  altiplanicie  asiática  cruzan  las
       aguas  de  estos  dos   ríos.   Era  muy  lógico  pensar  en  presentar  batalla  al enemigo
       en las  orillas  de  uno  de  estos  cursos  de  agua  y,  concretamente,  en  las  del  Tigris,
       ya  que  este  río  era   más   difícil  de  cruzar y  teniendo  en  cuenta,  además, que  una
       batalla  perdida  en las  orillas  del  Eufrates  habría  empujado  al  enemigo  sobre  la
      Armenia  y  le  habría  entregado  a  Babilonia  y,  con  ella,  los  grandes  caminos
       tendidos hacia la Persia y la Media, mientras que si el  gran ejército persa se apos­
       taba  detrás  del  Tigris  cubriría  la  ciudad  de  Babilonia  y,  ganándose  la  batalla,  el
       enemigo  podría  ser  fácilmente  perseguido  en  las  llanuras  desérticas  de  la  Meso­
       potamia,  mientras  que  si  se  perdía  quedaría  abierto  el  camino  de  retirada  hacia
       las  satrapías  orientales.  Darío  limitóse  a  destacar  sobre  el  Eufrates  una  avanzada
       formada  por  unos  cuantos  miles  de  hombres  al  mando  de  Maceo,  para  que
       vigilasen los pasos del río. El mismo se situó  con una parte  de  sus  tropas  saliendo
       de Babilonia,  en la región de Arbela, punto  importante  de la  gran  calzada militar
       que lleva, al otro lado del Licos, hasta la gran llanura de Nínive, la cual se extien­
       de  por  el  oeste  hasta  la  orilla  izquierda  del  impetuoso  Tigris  y  por  el  norte
       hasta  las  estribaciones  de  los  montes  Zagros;  su  plan  era  hacer  frente  allí  a  las
       tropas de Alejandro, apoyándose sobre el río, y cerrarle el paso.


                             FIN A L  DE  LA   FLO TA   PERSA
           Mientras el  rey Darío se  disponía a  luchar  de este  modo  por salvar la  mitad
       oriental  de  su  imperio,  en  el  umbral  de  ella  y  movilizando  todas  las  fuerzas  de
       que  podía  disponer,  en  el  lejano  occidente  se  hundían  los  últimos  restos  del  po­
       der persa.
           Mucho  podía  haber  hecho  la  flota  persa  en  los  mares  helénicos,  si  hubiese
       sabido  actuar  a  su  debido  tiempo  y  apoyar  con  todas  sus  fuerzas  el  movimiento
       iniciado por el rey Agis en el  Peloponeso.  Pero  sus mandos,  vacilantes,  sin  planes
       y  sin  decisión,  habían  dejado  pasar,  en  el  verano  del  año  333,  el  momento  de
       una  ofensiva  que  pudo  ser  decisiva;  más  tarde,  ya  debilitada  por  el  envío  de  los
       barcos  que  condujeron  los  mercenarios a  Tripolis y aún  después  de  la  batalla  de
       Isos  y  cuando  ya  las  costas  fenicias  se  hallaban  amenazadas  por  el  enemigo,
       permaneció  en  aquellas  bases  occidentales  que  sólo  tenían  razón  de  ser  para
       desencadenar  una  ofensiva,  en  vez  de  volar  hacia  Fenicia,  apoyar  la  resistencia
       de  los  tirios  y  mantener  unidos  a  los  contingentes  inseguros  de  la  flota.  En  la
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